¿Cuántas figuras convoca el agua en
movimiento? Sin detenerse, ¿cuántas escenas sugiere su metonimia? creo que
Alicia construyó su pequeño aleph, que tomo aire y valor y se zambulló, para
nadar, nadar, nadar en aguas abiertas, ella también como María Inés Mato o
Diana Nyad, como dice en la entrevista, “en la búsqueda de una forma”.
A días de la presentación de su
último libro, el poemario Aguas (Ediciones
del Dock), bienvenidos: pónganse sus antiparras, y suerte con el splash.
Patricio Foglia
Alguna vez
dijiste que llegabas a un libro después de una acumulación, un despliegue de
textos que no necesariamente estaban vinculados, hasta que aparecía una idea
conectora que generaba un diálogo, y en ese diálogo aparecía el libro. Quería
saber si con Aguas había sido también
así o de otra forma, ¿cómo surgió el libro?
En este caso también fue totalmente
así. Hay un primer momento, dónde sólo escribo poemas y, dentro de esos poemas,
hay alguno o algunos que me marcan una línea. Trato de seguir esa línea, ese
impulso que, como una onda expansiva, se va desplegando. Así empieza a
dibujarse el libro. Con Aguas fue fácil,
la conexión viene de lejos, es una recurrencia, aunque ahora está en primer
plano, mirada de frente.
Aguas empezó cuando encontré los poemas de las nadadoras de aguas
abiertas. Me fasciné con ese mundo, con la figura de María Inés Mato. Leí
muchos reportajes sobre ella, y empezaron a salir algunas anotaciones, pero no
me gustaban. Seguí leyendo, salieron otros poemas, todo iba para el mismo lado,
aunque en ese punto todavía no lo vislumbraba tan bien. Te diría que cuando
tuve el que ahora es el primer poema del libro, ahí tuve la visión del libro.
¿Y cómo
diste con la historia de Diana Nyad? También es muy significativa
Un día apareció su figura. Leí una
noticia: ella nadaba, de Cuba a Florida, en una zona que conozco. Me impactó su
historia, el hecho de que miles de veces haya tenido que abandonar. Apareció el
poema. Yo ya pensaba en función de un libro, tenía la mayoría de los poemas
hechos. De hecho, su poema fue una especie de agregado, de los últimos de la
serie. Y quizás el último poema del libro no fue el último que escribí.
Es decir que
hay un trabajo de edición, de armado del libro
Sí, un trabajo de enlace, de tejido
de los poemas. En este caso, estaban todos muy relacionados. En algún momento,
pensé que estaba en presencia de otro Puentes,
que es un largo poema, con determinados enlaces. Pero en este caso, los climas
cambiaban mucho. Me dije, acá tengo que
inventar otro armado. Uno siempre quiere apoyarse en lo anterior, y no es
así; cada libro, incluso cada poema, plantea un desafío diferente. En esa
búsqueda de engarces, buscando generar una fluidez entre los poemas, me surgió
la idea de ir colocando los poemas breves. Pensé en darle un aliento al libro,
a través de esos poemas, para que no sea tan brusco cada pasaje. Se dio una
especie de reencuentro con mi primer libro de poemas, que también trabajaba con
aforismos, muy breves. Después, fui peleando en contra de eso, lo sentía como
una cárcel, quería abrir el discurso, no apretarlo en dos líneas. Y acá, aparecía
una misma idea, vista desde distintos lugares, desplegada de esa forma, y podía
colocar esos poemas breves para darle ese ritmo al libro. Pero insisto, con
este libro, me acordé mucho de Puentes, porque me planteó la búsqueda
de una forma, sin espejos en ningún lado, y me preguntaba ¿cómo resuelvo esto? No puede ser que se me vaya de las manos… pero
bueno, digamos que de ahí, volví nadando.
Justamente
hay una vinculación muy fuerte entre nadar y escribir, nadar y leer, a lo largo
de todo el libro. Incluso, en tu libro anterior, los ensayos de Leer poesía: lo leve, lo grave, lo opaco,
también aparecen metáforas que vuelven sobre el campo semántico del agua,
pienso especialmente en Surfear en el
oleaje del verso libre, lo que me lleva a preguntarte cómo ves la relación
entre tu obra teórica y tu obra poética.
Sí, la relación es evidente. Incluso,
ese ensayo fue escrito en simultáneo con este libro. Creo que los ensayos que
escribo alimentan mi poesía, pero aún más mi poesía los ensayos. Hay una
interacción marcada. Y no hubiese usado la metáfora del surfeo sino hubiese
estado tan empapada de esta escritura poética. Creo que funciona de este modo: Hay
algo que es el pensar, el sentir, que une a las dos cosas, y después, el
discurso se abre en direcciones diversas. Diferentes, para mí, porque el ensayo
no es una prosa poética: me plantea una bibliografía, un objetivo, una serie de
exigencias. La poesía es otra cosa, un diálogo íntimo conmigo misma, en donde descubro
cosas a las que no accedo con el ensayo.
Es como si
la poesía exigiese algo más que la técnica, como si con eso sólo no alcanzase
Con la técnica no alcanza ni ahí,
llegas al umbral de la poesía. La técnica es una mentira, hay gente con técnica
que uno lee, y no pasa nada.
Cuando leía Aguas, pensaba en un pequeño Aleph, de dónde
van a apareciendo distintas escenas; en el libro, las aguas convocan la
intimidad de alguien en su ducha, también la microépica de un nadador de aguas
abiertas, la maternidad, la dictadura; aparecen distintas escenas a partir del
soporte de la gran metáfora de las aguas. Quería preguntarte por alguna de
estas escenas, la figura de las aguasvivas por ejemplo.
Es una pesadilla real. Fue un sueño
sencillo, o al menos lo recuerdo así. Fue al día siguiente de uno de los
juicios. Estaban Videla y Menéndez, esas eran las caras. Dos personajes
temibles.
Viviste esa época, y además, tuviste un compromiso político
Sí, viví la represión, y el miedo, el
hecho de tener que mudarme, de tener que esconder libros, afiches, ciertos
materiales. Cosas que hacían que uno viviese alerta. Este era el miedo
cotidiano, incorporado, sumergido. De todos modos, hubo gente mucho más
comprometida que yo.
Cuando fueron los juicios de estos
cabecillas, que parecía que nunca iban a estar presos, vi en la televisión esas
caras. Las cámaras los enfocaban, podía verse el deseo de no hacer gestos. Y
tuve el sueño de las aguasvivas. Mis viejos vivieron mucho tiempo en Necochea,
las aguasvivas eran una constante en ese paisaje. Después me di cuenta: asocié
las cabezas de los represores, sus canas, con los filamentos de las medusas. No
estaban sus caras, pero sí todo el terror que me producían.
Después apareció el otro poema, mi
amiga Ana, en una época vivíamos juntas. Su mamá, Ana Bianco, había
desaparecido, ella había sido una de las fundadoras de Madres. Estuvo entre las
cinco que empezaron a dar vueltas por la Plaza, hasta que la secuestró Astiz. Después de
muchos años, veo en el diario que habían aparecido sus restos, y había una
convocatoria para ir a la
Iglesia de Santa Cruz. Fui, y volví a encontrarme con Ana.
Son episodios muy tristes, pero muy liberadores. Nuestra juventud fue eso, ella
no hablaba del tema.
¿Y la
escritura qué función cumple en esa liberación?
Siempre fue algo acerca de lo que
quise escribir, pero me salían cosas horribles, como notas políticas, editoriales.
Ahí la poesía se tapa, muere en ese discurso. Me había resignado a no poder
escribir sobre esto y de pronto, Aguas
me lo abrió. Empecé a pensar en el episodio de las aguas, trayendo los restos,
que llegaban a la playa, algo que por desgracia sabemos de memoria, que no es
nada nuevo. Recién ahí pude hacer algo, cuando pensé en la ausencia de la madre.
Será porque mi madre está muy viejita ya. Ahí apareció el poema, siempre desde
un punto muy íntimo. Es como si apoyara, se agarrase sobre algo íntimo para
poder salir. Sino, es solamente un hecho de la realidad, ajeno al espacio
sagrado del poema.
También
hablás de la maternidad, en otro poema
Sí, es raro, porque mi hija ya es
grande. Uno de los momentos más importantes en la vida de las mujeres que
tuvimos hijos es el parto, un momento que no puede borrarse con nada. Estás en
un límite muy importante, son situaciones riesgosas. Recién cuando trabajaba en
el libro, recordé que yo había roto aguas, es decir, había roto bolsa, y ahí
empezó la primera imagen. Pero es
cierto, una se hace madre por el primer gesto de su hijo. En mi caso, fueron
los ojos de mi hija, que estaban muy abiertos, fue sorprendente, había visto
fotos de bebés, pero no tenían los ojos de esa forma. Además, había una persona
mirándome.
Hay otro
tópico que también aparece, que me parece muy importante para vos y para tu
obra, que es el Delta, el Tigre, que vuelve a aparecer en este libro, ¿qué
significa para vos ir al Tigre?
Hace unos doce años que tengo una
casita sencilla en el Tigre. Ya desde antes iba. En EEUU, vivía en una zona de
muchas aguas, un lugar equidistante del Atlántico y del Mar Caribe, una zona
con manantiales y ríos, en contacto estrecho con la naturaleza. Al volver, al
poco tiempo, empecé a ir al Delta, recuperando esos años que me habían hecho,
de alguna forma, habitante de las aguas. Con los años, aquel paisaje de mar,
que fue el primero, se convirtió en un espacio de ríos. Es un espacio
fantástico, para mí es como estar en el silencio de la escritura, para entrar
en esa soledad y en esa introspección. No esa soledad melanco, de ciudad, sino una soledad con realmente poca gente
alrededor, y siempre rodeada de naturaleza, que es un poco más amable y
acompaña mucho. También necesito de lo contrario, calor humano, amigos, cosas
que tengo acá, en la ciudad, pero ese es un espacio muy importante. Ya estaba
en Química diurna, y otra vez, vuelve
a estar presente.
Entonces,
está el paisaje de Florida, dónde viviste en EEUU, pero más atrás, el mar de
Necochea de tu infancia. Aunque una parte de tu infancia, antes, transcurrió en
el conurbano, sin bibliotecas, parte de la clase trabajadora, ¿ves alguna
relación entre ese espacio de introspección y de escritura en el Delta, con tu
primera infancia, en el Conurbano?
Es una historia que cuento un poco en
el libro de Mágicas Naranjas. Creo
que ahí está la clave. El conurbano en el que viví es Lavallol. Era, sigue
siendo un poco, un barrio de casitas bajas, con pequeños jardines, de la época
de Perón, muy parecidas todas, chalecitos. No es el conurbano industrial, sino
más abierto. Es la frontera con el campo, un paisaje aireado, trabajoso, las
madres estaban mucho en las casas, manteniendo todo eso. Y todas las casas
tenían un jardín. Ese era mi lugar, además de la calle de tierra, con baldíos.
En ese jardín tengo mi primer lugar de escritura. Le agradezco a Hilda, la
editora de Mágicas, que me hizo
pensar en esto. Ahora, creo que sigo escribiendo desde ahí.
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