Mariana Rinesi - De nada sirven, poetas:



Escrituras

Ah, dios, pero nunca dijiste de tu boca
que este infierno acabase.
Y yo que creía en tus silencios:
en tus historias antiguas,
en la destrucción de tus ciudades
(donde al menos encontrabas pecadores
y no mentiras, cuestiones de seguridad, intereses de estado),
en tus padres borrachos,
en tus reyes enloquecidos,
tus hijos pródigos,
en tu pan y tus peces
y toda esa sarta de fábulas.
¿Qué Escritura se escribirá con nosotros?
Dios, ¿qué moraleja brotará de nuestra sangre?
¿Dónde encontrarás la serpiente que expiará nuestras culpas?
Dios, dime que no somos el pueblo elegido
(elige mejor, date otra chance)
Dime que esta no es la tierra prometida.
No he visto tus ángeles.
(no los traigas)
No quiero más profetas.
(están en la televisión, en las radios,
brotan de los desagües como ratas).
No te quedes callado, Dios.
No hagas de tu palabra
sólo un slogan de trasnoche.


Puedo ofrecerme

como las estampitas que ofrecen los niños
por cincuenta centavos
en el colectivo
de noche
entre el sueño y la miseria
Como las putas del barrio
calle Rivadavia
antes de llegar a la esquina
que garúan henchidas de esperas
(manchando el honor nunca habido
de éste y todos los héroes
que me endilgaron de niña)
puedo pintarme
de aureolas hirientes el cuerpo
de cuchillos hastiados sin sangre
de gotitas de tristeza
y salir de mis faldas
y abandonar la guarida
el vientre de mi madre
la catequesis indecente
en todos los olvidos; la prudencia
y entrar de improviso a vos
como a cualquier otro
forzarte al último grito
robarte el silencio y la plegaria
hasta que extenuado reconozcas tu nombre
como lo hago yo
como todos lo hacemos
cuando sólo restan minutos
antes que el día
nos abrase
la inocencia a respuestas.


Este estar tan solo conmigo

Decirte que me asusta, este estar tan solo conmigo, sin otra compañía
que el ladrido de los perros y el insomnio; este vendaval lacrimógeno de recuerdos
de cuando era niño y cabían todos los soles en los ojales de la camisa
y las calles nacían de mis pasos y nombraba al mundo y el mundo se hacía
de barro y siestas y caminaban errantes los que hoy están muertos
(e igual de errantes); de cuando la luna era luna
y no era amor ni desesperanza ni una bala de cañón en la noche
en que se librarán, como todas las noches, tantas batallas:
la mía por vos, por ejemplo, contra ningún enemigo salvo
tu obstinada ausencia a mi costado y la melancolía;
pero todo amor es desesperado y sin gloria, todo amor sabe a
sangre inútil y seca, la mía por vos, por ejemplo, sin altares ni otros sacrificios
más grandes que aguardar a que el día me conceda el desconsuelo de una tregua,
la cicatriz del silencio, el paréntesis del descanso, y otras muchas nimiedades.


Cronograma

Quince minutos de poesía
cada mañana
un desayuno con tu rostro
flotando en el café
con leche y medialunas de días contemplando
el teléfono obstinado
y pernicioso
que no suena.
(el complot de la telefonía móvil y estática
para dejar mi corazón
fuera de servicio)

Y al mediodía,
el estómago contento
el corazón no tan contento
pero igual de optimista
una siesta reencontrándote
en la humedad de las sábanas
en las sombras que deja el sol
a cada paso
y en el reloj olvidadizo
que nunca marca tu hora
ni recuerda tu nombre
ni te sabe, como yo,
cuerdamente a destiempo.

Y en la noche,
en el recuadro desnudo de las sombras,
llenas de imágenes y ensueños
de otros
nunca los míos,
el insomnio como ratas
escabulléndose de mí
nunca de vos
royéndome los talones
y la conciencia
y esta batalla final contra el olvido
y la desesperanza
antes de la tregua de siempre
dos o tres horas
cobijada como gatos en el sueño
antes que el sol
ese triste asesino
dé luz a tu ausencia
junto a los árboles del campo
y junto al resto de las tumbas.


También llueve Breve crónica de las chicas de hoy

Llueve, sí, también llueve.
De este lado de los cristales.
Más acá de mis manos.
Casi dentro del esternón.
Un diluvio sin pronóstico previo,
casi igual de sinsentido que el bíblico,
pero un poco menos engorroso.

Sucede cada tanto.

Entonces tomo un par de cada especie,
un par de fotos, un par de libros, un par de monedas,
y me hago a la mar (que es el mundo),
porque todas las calles están igual de acuosas
y el cielo destiñe un verdeazul melancólico y abandonado
que llena de astillas de luz a la gente
y opaca el alumbrado público y atenúa el paso del tiempo.

Por supuesto que no olvido
que todas las manchas de humedad
tapizan tan sólo las paredes de mi alma.

(hace años que el mundo está protegido
contra la intemperie de las lágrimas
y los contratiempos de la tristeza)


¿cómo morirán las libélulas? (corolario)

En un aterrizaje forzoso en la pileta
ahogadas de cloro y de cansancio,
presintiendo la impuntualidad de sus antenas
y la vana soberbia reptilínea de su cola.

Como los hombres, morirán:
en una última mirada al cielo
en la soledad del orgullo y del espanto


Servicios al consumidor:

voy a seguir los pasos de tu espalda
como se sigue al mesías
cuando se cae la fe
a pedazos
como cristales rotos
en la acera.
voy a seguirte, paso a paso,
a trancos tan decididos
como desesperados
sosteniendo como estandarte
la mirada canina
del que busca un dueño.
voy a espiarte con un puñal entre las manos
(por las dudas)
y a aguardar
a que te descuides
(que des un paso en falso
o te empolves la nariz)
para clavármelo alegremente
cuando lo tengas menos pensado
para clavártelo lentamente:
el amor es así,
un mero servicio al consumidor.


Piedritas

La gente son como piedritas que ruedan por los caminos. Algunos pesados y con aristas, huelen a derrumbes y presagian edificios y capitales con altos intereses; otros, como vos, no conocen de ángulos, los empujas suavemente con el dedo y se van de paseo a recorrer el mundo y vuelven cuando lo empinado del camino les recuerda que al fin y al cabo todos regresamos a la tierra.
A algunas piedras el viento no las inmuta; otras en cambio quisieran, como vos, tener alas; y lamentan tristes su destino telúrico, añorando las catapultas de los tiempos pasados.
Cada vez que veo una de esas piedritas, amor, una nostalgia de granito y mármol invade mi alma.
Entonces, saco la honda del fondo de mis bolsillos y les hablo dulce y cercana, empolvando mis labios con la tierra que le han robado al camino; les cuento que la ley de gravedad es un invento que pertrecharon los pájaros celosos, y les advierto que no hablen con ningún extraño y que nunca se suban a las alas de una golondrina, porque los países lejanos no son tan lindos como su exilio con calendarios.
Luego, amor, junto fuerzas y estiro la honda y les digo adiós y bendigo su vuelo y dejo que se vayan rápidas y contentas y rezo porque lleguen a destino, antes que el peso que arrastran desde hace años las obligue a caer, y a ser de nuevo, como vos, nada más que roca.


Proposición

Y ahora vení,
Armemos una familia,
Parte por parte
Encastremos nuestro futuro
Para que coincida
Milímetro por milímetro
Deseo por deseo.
Encastremos nuestro cuerpo
Para que tu vientre florezca
En llantos y cambios de pañales
A las tres de la mañana
Antes de un día de trabajo.
Construyamos una familia
Como se construye un edificio
Tengo los planes en mi cabeza
Vamos a levantarnos juntos
Voy a cocinar si es indispensable
Voy a mimarte como a mis perros
Voy a comprar un collar en la esquina
Y a sacarte a pasear en el coche
Para que me orines tu desdicha
Marcando, como siempre, tu territorio.


Desiderata

Queremos cortar las manos que ocultan los rostros
desvencijados
destartalados
vueltos chatarra
con pintura que se cae a pedazo
como sus miembros sus ideologías y su autoridad
de inercia y de cansancio.

Queremos arrancarnos las máscaras
y morir desnudos y de pie
con los brazos crucificados contra el horizonte
y la mirada recluida en nosotros mismos
para abarcar el universo.

(y no morir cotidianamente
arropados en telas y caretas y rimel y polvos
y de rodillas
y carcomidos
de lo pasos que han dejado su huella sobre nuestros cueros como rosarios).

No queremos destruir
queremos olvidar
sus enseñanzas
sus moralejas
sus preceptos
que a esto
sí, a ESTO
( a esta basura en que nos reflejamos cada día
yo basuro
tu basuras
el basura)
nos han conducido.

Y recordar el resto
lo que importa
lo que no necesita de palabras,
apenas de ojos y de un par de cms. de piel.


Milagro

Ángeles bellos como cuchillos/ que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.

Pizarnik

Doy vueltas en la casa. Me están creciendo, como callos emplumados, las alas.
No sé si serán de cuervo o de gaviota. Si servirán para volar o sólo me quebrarán el espinazo.
Parecen maltrechas. Como si pudiese esperar alguna otra cosa.
Dios (tú que sabes de estas triquiñuelas), no me vuelvas un ángel, un consolador de los que perdieron la fe (en caso de que existas), una imagen de estampitas, una maestra de jardín de infantes.
Dios, vuélveme caballo o alcornoque.
Pero no ángel.
O hazme llorar sangre como las vírgenes, que no otra cosa vengo llorando hace años.
O una mujer de sal, si te sirve.
Pero no ángel. No estas alas encarnadas que se resisten a dejar su condición de huesos, de piel sudorosa, de pararrayos terrestre.
Hazme judas, si sirve a tu milagro.
(yo también lo espero, te espero; llevo años puteando tu discreción y tu avaricia)
Pero no me hagas ángel.
Hay tantos pollos con hormonas y los niños buenos nunca llegan a nada. Salvo a maestros y lustrabotas.
Y no tengo fe. Se derretirá la cera cuando alcance tu diestra.
Caeré, es cierto. También ya estoy caída.
Pero haré ruido, despertaré a los niños, los perros se darán cuenta de que soy una intrusa, los gorriones comprenderán que soy una simuladora. Y estaré sola.
Estoy sola, es cierto.
Pero no creo en designios, Dios. No me des uno.
Que esto no sea más que una lumbalgia, la paranoia de la gripe aviar, un tumor benigno.
Abandóname, Dios.
Es que tengo tanto miedo.

Publicado en: Ida y vuelta, antología de la poesía actual de Chaco y Corrientes, Buenos Aires, Cencerro & Ananga Ranga taller, 2007


Calle abajo

Calle abajo no todos somos los mismos
vamos tirando equipaje y recogiendo flores del suelo
vamos perdiendo de vista el destino
para oler el pasto recién cortado en la plaza
mezclado con el olor picante a nafta y azufre.
Vamos riéndonos un poco más de los transeúntes
y despidiendo un poco más despacio a nuestros amigos.
Calle abajo va atardeciendo
y el sol se recuesta en los edificios y en nuestras sombras
y una brisa nos recuerda al tío
y vamos perdiendo la cuenta de las horas
para saltar el maría la paz la paz la paz entre los semáforos
ignorantes de todo
y entre los automovilistas
aun más ignorantes
y entre la pena de estar tan tristes
y querer regresar algún día a casa.

Publicado en: El mondongo ataráxico II (digestivos para el alma), Corrientes, Barron, 2003


12:10 Se rompió el auto

el motor
dicen
los que saben que no sé
los autócratas de la bujía
los minuciosos de las bielas y sus aledaños
que me dejan a pie y llena de sin razones
por esta ciudad en que no abundan
los velámenes y el viento este
para que vengas a salvarme
de este naufragio de asfalto
donde podría aferrarme a un be eme doble ve
o a las ancas fofas
de cualquier motociclista

Publicado en: 5:25 – La vida entre cuatro paredes, Corrientes, ed. Del autor, 2009

12:45
a T. Watkins

Me quedé sin café
ocurrió el viernes

entonces conté las arvejas: treinta y cinco
de un resto en la lata y
tres
caídas en el suelo.
La gata las observa con admiración
sabe que ella no pero yo sí
también sé
que yo no pero ella sí
(caminar por los techos desnuda, por ejemplo)

Publicado en: 5:25 – La vida entre cuatro paredes, Corrientes, ed. Del autor, 2009

Una vez

En que me quedé sin cigarrillos y sin razones para escribir. Que es lo mismo.
Los dioses todos. Los hombres. Los muertos. Vinieron a mi boca. Se sabe, son como caníbales. Merodean el espíritu. En caso de que exista. Merodean el cansancio. Despedazan como perros lo que queda del recuerdo.
Escupieron sobre siglos de mentiras: acabemos con los centros de concentración de la sintaxis, con el ejército de gramáticos; con el arzobispado de prosódicos  y malparidos.
Destruyamos la demagogia de la literatura.
Comámonos cada poeta en su vientre.
                (bibliotecas de dantes borges y dumas no pueden quedar a salvo)
                (los otros, los burrouhgs los whitman las yourcenar arden solos)
Vos no corrés riesgo, me dijeron:
                nunca más me quedé sin cigarrillos
                ni volví a intentar la poesía.


Indicaciones para mi muerte

No quiero esa primavera de muerte a mi costado
esa tumba de olvidos aun antes de que me entierren
el mausoleo compungido
los pésames de circunstancia
Ni velorio abierto las 24 horas
donde se compre mi recuerdo
                               entre café y café
para pasar el rato
                mientras in corpore presente
                                               me aterrizan,
como granizo
como parientes
las moscas.
Si me voy a morir que sea de veras
                con cualquier sol amaneciendo en tu ventana
                 con un cd de stravinsky en la compactera         
                                               para sentirme un poco más literaria
                sabiendo que
después de todo
                                               no somos más que pedazos rotos y poesía.


Poética

La poesía ha muerto. Nonata, ha muerto. Entre nuestras manos, ha muerto.
Mueran los poetas junto a ella
                [como las esposas hindúes ante la tumba de sus hombres]
¿de que sirven, mirando al horizonte,
                tratando de descubrir la alquimia perfecta
                -o de endulzar el oído, en todo caso, a las señoras de las confiterías-?
¿De qué sirven tratando de descubrir las sombras
                bajo la luz de nuestros rostros
                exorcizándose uds. mismos,
                mediocres curas de otra fe hereje?
De nada sirven, poetas:
                su voz no es voz de nadie, ni siquiera de uds. mismos
                sus palabras sólo sirven para mojar las bombachas de las quinceañeras
                su ilusión maquillada de noche se agrieta en las mañanas
                               y no hay café ni literatura que les devuelva el buen juicio.
                Pierden su tiempo creyendo ser dioses
                                               y así van por la vida, dolorosos y enfermos.
Y yo continúo escribiendo estas líneas
                me clavo alfileres en las manos a cada palabra escrita
                hilvano estos párpados pescando mentiras


Anoche murió el hombre que amaba

de sida
de contra natura causa
de amor hubiese muerto –y lo hizo, por cierto: o de lujuria, placer
o desatino-.

Y yo me tomo el café en la madrugada
pensando en el entierro al que no fui
en las miradas furtivas de amante
                -que sólo yo conocía-
                -y que a él no le importaban-.

Pensando en que uno muere instintivamente
                -como come instintivamente-
                -como suda a cuarenta grados de calor, instintivamente-
como nace sin su consentimiento
y después acumula cultura libros religiones morales
y luego se rebela
                -pero ya es tarde-.

Pensando en su carne encajonada se enfrío el café entre mis manos.
Se enfriaron mis manos también,
y esta cajita de resonancia indiferente

                                                               que tamborilea tras mis costillas.

Mariana Rinesi. Nació en Corrientes en 1981. Abogada y Licenciada en Letras. Publicó varios libros de poemas y algunos cuentos dispersos. Confía en la palabra, en la inocencia, y en muchas otras menudencias que no vienen al caso.



 Ilustración de Aldana Antoni: Hormiga Reyna.


Muera la poesía, mueran los poetas - Florencia Roca

Algo es seguro, vamos a morir, pero Mariana Rinesi consigue hacer de la muerte, a través de sus poemas, un tema que vuelve, insistente, pero disfrazado de muchas maneras. Porque si algo está latente en la poesía de Rinesi es cierto humor, por no decir, cierto sadismo, que le permite tomar en gracia temas como la muerte,  el amor o la creación poética y sacudirles esa solemnidad con que fueron revestidos, durante tantos siglos,  por los mismos poetas. Decimos latente porque, en principio, los poemas se muestran serios, o en su costado más lírico, manteniendo lejos ciertas formas del humor o del coloquialismo. Sin embargo, estas se escapan y aparecen ahí, subversivas, para hacer ruido y quebrar esa distancia que, el mismo poeta, muchas veces, se impone frente lector.

El otro tema que aparece como una constante, es la revisión del tópico de la creación artística y el rol del poeta. Ya muchos escritores, desde Antonio Machado hasta Ferreira Gullar, por elegir nombres totalmente distantes y dispares, se han cansado de desmitificar esa postura del poeta como ser superior frente al resto de los hombres; Vera Fogwill en una entrevista dice no considerar el oficio de escritor como algo “especial” en relación a otros, como por ejemplo, el de verdulero o carnicero. Elige la escritura como forma de expresión  porque, básicamente, es lo que más placer le produce, entre tantas otras cosas. Del mismo modo en “Poética”  o “Una vez” Rinesi  se une a la tradición desarticuladora del mito del poeta como pequeño dios y juega con el humor porque, de ese modo, puede descargar las propias frustraciones que nos hacen, muchas veces, desear la muerte de la poesía. Es interesante como se construye esa voz, tanto en estos poemas, como en aquellos donde, con la misma indiferencia, aborda el amor o la muerte del enamorado. Quizás es ahí, en ese modo de leer las cosas, donde aparece la impronta personal, aquello que quiere salir todo el tiempo pero que, sin embargo, lo hace intermitentemente, como manteniendo aun una distancia. Lo hace sin abusos y generando, entre lector y poeta, una relación de complicidad, expresada en pequeños gestos o muecas durante la lectura, los mismos que podríamos hacerle a la panadera cuando deja ese excedente de pan en la bolsa, sin modificar el precio, esos regalos mínimos, entre tantos, que nos tocan en lo cotidiano sin darnos cuenta.




1 comentario: