Ah,
dios, pero nunca dijiste de tu boca
que
este infierno acabase.
Y
yo que creía en tus silencios:
en
tus historias antiguas,
en
la destrucción de tus ciudades
(donde
al menos encontrabas pecadores
y
no mentiras, cuestiones de seguridad, intereses de estado),
en
tus padres borrachos,
en
tus reyes enloquecidos,
tus
hijos pródigos,
en
tu pan y tus peces
y
toda esa sarta de fábulas.
¿Qué
Escritura se escribirá con nosotros?
Dios,
¿qué moraleja brotará de nuestra sangre?
¿Dónde
encontrarás la serpiente que expiará nuestras culpas?
Dios,
dime que no somos el pueblo elegido
(elige
mejor, date otra chance)
Dime
que esta no es la tierra prometida.
No
he visto tus ángeles.
(no
los traigas)
No
quiero más profetas.
(están
en la televisión, en las radios,
brotan
de los desagües como ratas).
No
te quedes callado, Dios.
No
hagas de tu palabra
sólo
un slogan de trasnoche.
Puedo ofrecerme
como
las estampitas que ofrecen los niños
por
cincuenta centavos
en
el colectivo
de
noche
entre
el sueño y la miseria
Como
las putas del barrio
calle
Rivadavia
antes
de llegar a la esquina
que
garúan henchidas de esperas
(manchando
el honor nunca habido
de
éste y todos los héroes
que
me endilgaron de niña)
puedo
pintarme
de
aureolas hirientes el cuerpo
de
cuchillos hastiados sin sangre
de
gotitas de tristeza
y
salir de mis faldas
y
abandonar la guarida
el
vientre de mi madre
la
catequesis indecente
en
todos los olvidos; la prudencia
y
entrar de improviso a vos
como
a cualquier otro
forzarte
al último grito
robarte
el silencio y la plegaria
hasta
que extenuado reconozcas tu nombre
como
lo hago yo
como
todos lo hacemos
cuando
sólo restan minutos
antes
que el día
nos
abrase
la
inocencia a respuestas.
Este estar tan solo conmigo
Decirte
que me asusta, este estar tan solo conmigo, sin otra compañía
que
el ladrido de los perros y el insomnio; este vendaval lacrimógeno de
recuerdos
de
cuando era niño y cabían todos los soles en los ojales de la camisa
y
las calles nacían de mis pasos y nombraba al mundo y el mundo se
hacía
de
barro y siestas y caminaban errantes los que hoy están muertos
(e
igual de errantes); de cuando la luna era luna
y
no era amor ni desesperanza ni una bala de cañón en la noche
en
que se librarán, como todas las noches, tantas batallas:
la
mía por vos, por ejemplo, contra ningún enemigo salvo
tu
obstinada ausencia a mi costado y la melancolía;
pero
todo amor es desesperado y sin gloria, todo amor sabe a
sangre
inútil y seca, la mía por vos, por ejemplo, sin altares ni otros
sacrificios
más
grandes que aguardar a que el día me conceda el desconsuelo de una
tregua,
la
cicatriz del silencio, el paréntesis del descanso, y otras muchas
nimiedades.
Cronograma
Quince
minutos de poesía
cada
mañana
un
desayuno con tu rostro
flotando
en el café
con
leche y medialunas de días contemplando
el
teléfono obstinado
y
pernicioso
que
no suena.
(el
complot de la telefonía móvil y estática
para
dejar mi corazón
fuera
de servicio)
Y
al mediodía,
el
estómago contento
el
corazón no tan contento
pero
igual de optimista
una
siesta reencontrándote
en
la humedad de las sábanas
en
las sombras que deja el sol
a
cada paso
y
en el reloj olvidadizo
que
nunca marca tu hora
ni
recuerda tu nombre
ni
te sabe, como yo,
cuerdamente
a destiempo.
Y
en la noche,
en
el recuadro desnudo de las sombras,
llenas
de imágenes y ensueños
de
otros
nunca
los míos,
el
insomnio como ratas
escabulléndose
de mí
nunca
de vos
royéndome
los talones
y
la conciencia
y
esta batalla final contra el olvido
y
la desesperanza
antes
de la tregua de siempre
dos
o tres horas
cobijada
como gatos en el sueño
antes
que el sol
ese
triste asesino
dé
luz a tu ausencia
junto
a los árboles del campo
y
junto al resto de las tumbas.
También llueve Breve
crónica de las chicas de hoy
Llueve,
sí, también llueve.
De
este lado de los cristales.
Más
acá de mis manos.
Casi
dentro del esternón.
Un
diluvio sin pronóstico previo,
casi
igual de sinsentido que el bíblico,
pero
un poco menos engorroso.
Sucede
cada tanto.
Entonces
tomo un par de cada especie,
un
par de fotos, un par de libros, un par de monedas,
y
me hago a la mar (que es el mundo),
porque
todas las calles están igual de acuosas
y
el cielo destiñe un verdeazul melancólico y abandonado
que
llena de astillas de luz a la gente
y
opaca el alumbrado público y atenúa el paso del tiempo.
Por
supuesto que no olvido
que
todas las manchas de humedad
tapizan
tan sólo las paredes de mi alma.
(hace
años que el mundo está protegido
contra
la intemperie de las lágrimas
y
los contratiempos de la tristeza)
¿cómo morirán las libélulas? (corolario)
En
un aterrizaje forzoso en la pileta
ahogadas
de cloro y de cansancio,
presintiendo
la impuntualidad de sus antenas
y
la vana soberbia reptilínea de su cola.
Como
los hombres, morirán:
en
una última mirada al cielo
en
la soledad del orgullo y del espanto
Servicios al consumidor:
voy
a seguir los pasos de tu espalda
como
se sigue al mesías
cuando
se cae la fe
a
pedazos
como
cristales rotos
en
la acera.
voy
a seguirte, paso a paso,
a
trancos tan decididos
como
desesperados
sosteniendo
como estandarte
la
mirada canina
del
que busca un dueño.
voy
a espiarte con un puñal entre las manos
(por
las dudas)
y
a aguardar
a
que te descuides
(que
des un paso en falso
o
te empolves la nariz)
para
clavármelo alegremente
cuando
lo tengas menos pensado
para
clavártelo lentamente:
el
amor es así,
un
mero servicio al consumidor.
Piedritas
La
gente son como piedritas que ruedan por los caminos. Algunos pesados
y con aristas, huelen a derrumbes y presagian edificios y capitales
con altos intereses; otros, como vos, no conocen de ángulos, los
empujas suavemente con el dedo y se van de paseo a recorrer el mundo
y vuelven cuando lo empinado del camino les recuerda que al fin y al
cabo todos regresamos a la tierra.
A
algunas piedras el viento no las inmuta; otras en cambio quisieran,
como vos, tener alas; y lamentan tristes su destino telúrico,
añorando las catapultas de los tiempos pasados.
Cada
vez que veo una de esas piedritas, amor, una nostalgia de granito y
mármol invade mi alma.
Entonces,
saco la honda del fondo de mis bolsillos y les hablo dulce y cercana,
empolvando mis labios con la tierra que le han robado al camino; les
cuento que la ley de gravedad es un invento que pertrecharon los
pájaros celosos, y les advierto que no hablen con ningún extraño y
que nunca se suban a las alas de una golondrina, porque los países
lejanos no son tan lindos como su exilio con calendarios.
Luego,
amor, junto fuerzas y estiro la honda y les digo adiós y bendigo su
vuelo y dejo que se vayan rápidas y contentas y rezo porque lleguen
a destino, antes que el peso que arrastran desde hace años las
obligue a caer, y a ser de nuevo, como vos, nada más que roca.
Proposición
Y
ahora vení,
Armemos
una familia,
Parte
por parte
Encastremos
nuestro futuro
Para
que coincida
Milímetro
por milímetro
Deseo
por deseo.
Encastremos
nuestro cuerpo
Para
que tu vientre florezca
En
llantos y cambios de pañales
A
las tres de la mañana
Antes
de un día de trabajo.
Construyamos
una familia
Como
se construye un edificio
Tengo
los planes en mi cabeza
Vamos
a levantarnos juntos
Voy
a cocinar si es indispensable
Voy
a mimarte como a mis perros
Voy
a comprar un collar en la esquina
Y
a sacarte a pasear en el coche
Para
que me orines tu desdicha
Marcando,
como siempre, tu territorio.
Desiderata
Queremos
cortar las manos que ocultan los rostros
desvencijados
destartalados
vueltos
chatarra
con
pintura que se cae a pedazo
como
sus miembros sus ideologías y su autoridad
de
inercia y de cansancio.
Queremos
arrancarnos las máscaras
y
morir desnudos y de pie
con
los brazos crucificados contra el horizonte
y
la mirada recluida en nosotros mismos
para
abarcar el universo.
(y
no morir cotidianamente
arropados
en telas y caretas y rimel y polvos
y
de rodillas
y
carcomidos
de
lo pasos que han dejado su huella sobre nuestros cueros como
rosarios).
No
queremos destruir
queremos
olvidar
sus
enseñanzas
sus
moralejas
sus
preceptos
que
a esto
sí,
a ESTO
(
a esta basura en que nos reflejamos cada día
yo
basuro
tu
basuras
el
basura)
nos
han conducido.
Y
recordar el resto
lo
que importa
lo
que no necesita de palabras,
apenas
de ojos y de un par de cms. de piel.
Milagro
Ángeles
bellos como cuchillos/ que se elevan en la noche
y
devastan la esperanza.
Pizarnik
Doy
vueltas en la casa. Me están creciendo, como callos emplumados, las
alas.
No
sé si serán de cuervo o de gaviota. Si servirán para volar o sólo
me quebrarán el espinazo.
Parecen
maltrechas. Como si pudiese esperar alguna otra cosa.
Dios
(tú que sabes de estas triquiñuelas), no me vuelvas un ángel, un
consolador de los que perdieron la fe (en caso de que existas), una
imagen de estampitas, una maestra de jardín de infantes.
Dios,
vuélveme caballo o alcornoque.
Pero
no ángel.
O
hazme llorar sangre como las vírgenes, que no otra cosa vengo
llorando hace años.
O
una mujer de sal, si te sirve.
Pero
no ángel. No estas alas encarnadas que se resisten a dejar su
condición de huesos, de piel sudorosa, de pararrayos terrestre.
Hazme
judas, si sirve a tu milagro.
(yo
también lo espero, te espero; llevo años puteando tu discreción y
tu avaricia)
Pero
no me hagas ángel.
Hay
tantos pollos con hormonas y los niños buenos nunca llegan a nada.
Salvo a maestros y lustrabotas.
Y
no tengo fe. Se derretirá la cera cuando alcance tu diestra.
Caeré,
es cierto. También ya estoy caída.
Pero
haré ruido, despertaré a los niños, los perros se darán cuenta de
que soy una intrusa, los gorriones comprenderán que soy una
simuladora. Y estaré sola.
Estoy
sola, es cierto.
Pero
no creo en designios, Dios. No me des uno.
Que
esto no sea más que una lumbalgia, la paranoia de la gripe aviar, un
tumor benigno.
Abandóname,
Dios.
Es
que tengo tanto miedo.
Publicado
en: Ida y vuelta, antología de la poesía actual de Chaco
y Corrientes, Buenos Aires, Cencerro & Ananga Ranga taller, 2007
Calle abajo
Calle
abajo no todos somos los mismos
vamos
tirando equipaje y recogiendo flores del suelo
vamos
perdiendo de vista el destino
para
oler el pasto recién cortado en la plaza
mezclado
con el olor picante a nafta y azufre.
Vamos
riéndonos un poco más de los transeúntes
y
despidiendo un poco más despacio a nuestros amigos.
Calle
abajo va atardeciendo
y
el sol se recuesta en los edificios y en nuestras sombras
y
una brisa nos recuerda al tío
y
vamos perdiendo la cuenta de las horas
para
saltar el maría la paz la paz la paz entre los semáforos
ignorantes
de todo
y
entre los automovilistas
aun
más ignorantes
y
entre la pena de estar tan tristes
y
querer regresar algún día a casa.
Publicado
en: El mondongo ataráxico II (digestivos para el alma),
Corrientes, Barron, 2003
12:10
Se rompió el auto
el
motor
dicen
los
que saben que no sé
los
autócratas de la bujía
los
minuciosos de las bielas y sus aledaños
que
me dejan a pie y llena de sin razones
por
esta ciudad en que no abundan
los
velámenes y el viento este
para
que vengas a salvarme
de
este naufragio de asfalto
donde
podría aferrarme a un be eme doble ve
o
a las ancas fofas
de
cualquier motociclista
Publicado en: 5:25 – La vida entre cuatro paredes, Corrientes, ed. Del autor, 2009
12:45
a
T. Watkins
Me
quedé sin café
ocurrió
el viernes
entonces
conté las arvejas: treinta y cinco
de
un resto en la lata y
tres
caídas
en el suelo.
La
gata las observa con admiración
sabe
que ella no pero yo sí
también
sé
que
yo no pero ella sí
(caminar
por los techos desnuda, por ejemplo)
Publicado
en: 5:25 – La vida entre cuatro paredes, Corrientes, ed.
Del autor, 2009
Una vez
En que me quedé sin cigarrillos y sin razones para escribir. Que es
lo mismo.
Los dioses todos. Los hombres. Los muertos. Vinieron a mi boca. Se
sabe, son como caníbales. Merodean el espíritu. En caso de que exista. Merodean
el cansancio. Despedazan como perros lo que queda del recuerdo.
Escupieron sobre siglos de mentiras: acabemos con los centros de
concentración de la sintaxis, con el ejército de gramáticos; con el arzobispado
de prosódicos y malparidos.
Destruyamos la demagogia de la literatura.
Comámonos cada poeta en su vientre.
(bibliotecas de
dantes borges y dumas no pueden quedar a salvo)
(los otros, los
burrouhgs los whitman las yourcenar arden solos)
Vos no corrés riesgo, me dijeron:
nunca más me
quedé sin cigarrillos
ni volví a
intentar la poesía.
Indicaciones
para mi muerte
No
quiero esa primavera de muerte a mi costado
esa
tumba de olvidos aun antes de que me entierren
el mausoleo compungido
los pésames de circunstancia
Ni
velorio abierto las 24 horas
donde se compre mi
recuerdo
entre café y café
para pasar el rato
mientras in corpore presente
me
aterrizan,
como granizo
como parientes
las moscas.
Si me
voy a morir que sea de veras
con cualquier sol amaneciendo en
tu ventana
con un cd de stravinsky en la compactera
para
sentirme un poco más literaria
sabiendo que
después de todo
no
somos más que pedazos rotos y poesía.
Poética
La poesía ha muerto. Nonata, ha muerto. Entre
nuestras manos, ha muerto.
Mueran los poetas junto a ella
[como
las esposas hindúes ante la tumba de sus hombres]
¿de que sirven, mirando al horizonte,
tratando
de descubrir la alquimia perfecta
-o
de endulzar el oído, en todo caso, a las señoras de las confiterías-?
¿De qué sirven tratando de descubrir las
sombras
bajo
la luz de nuestros rostros
exorcizándose
uds. mismos,
mediocres
curas de otra fe hereje?
De nada sirven, poetas:
su
voz no es voz de nadie, ni siquiera de uds. mismos
sus
palabras sólo sirven para mojar las bombachas de las quinceañeras
su
ilusión maquillada de noche se agrieta en las mañanas
y
no hay café ni literatura que les devuelva el buen juicio.
Pierden
su tiempo creyendo ser dioses
y
así van por la vida, dolorosos y enfermos.
Y yo continúo escribiendo estas líneas
me
clavo alfileres en las manos a cada palabra escrita
hilvano
estos párpados pescando mentiras
Anoche murió el hombre que amaba
de sida
de contra natura causa
de
amor hubiese muerto –y lo hizo, por cierto: o de lujuria, placer
o
desatino-.
Y yo
me tomo el café en la madrugada
pensando
en el entierro al que no fui
en las
miradas furtivas de amante
-que sólo yo conocía-
-y que a él no le importaban-.
Pensando
en que uno muere instintivamente
-como come instintivamente-
-como suda a cuarenta grados de
calor, instintivamente-
como
nace sin su consentimiento
y
después acumula cultura libros religiones morales
y
luego se rebela
-pero ya es tarde-.
Pensando
en su carne encajonada se enfrío el café entre mis manos.
Se
enfriaron mis manos también,
y esta
cajita de resonancia indiferente
que
tamborilea tras mis costillas.
Mariana
Rinesi. Nació en Corrientes en 1981. Abogada y Licenciada en
Letras. Publicó varios libros de poemas y algunos cuentos dispersos.
Confía en la palabra, en la inocencia, y en muchas otras menudencias
que no vienen al caso.
Ilustración de Aldana Antoni: Hormiga Reyna.
Muera la poesía, mueran los
poetas - Florencia Roca
Algo es seguro, vamos a morir, pero Mariana
Rinesi consigue hacer de la muerte, a través de sus poemas, un tema que vuelve,
insistente, pero disfrazado de muchas maneras. Porque si algo está latente en
la poesía de Rinesi es cierto humor, por no decir, cierto sadismo, que le
permite tomar en gracia temas como la muerte,
el amor o la creación poética y sacudirles esa solemnidad con que fueron
revestidos, durante tantos siglos, por
los mismos poetas. Decimos latente porque, en principio, los poemas se muestran
serios, o en su costado más lírico, manteniendo lejos ciertas formas del humor
o del coloquialismo. Sin embargo, estas se escapan y aparecen ahí, subversivas,
para hacer ruido y quebrar esa distancia que, el mismo poeta, muchas veces, se
impone frente lector.
El otro tema que aparece como una
constante, es la revisión del tópico de la creación artística y el rol del
poeta. Ya muchos escritores, desde Antonio Machado hasta Ferreira Gullar, por
elegir nombres totalmente distantes y dispares, se han cansado de desmitificar esa
postura del poeta como ser superior frente al resto de los hombres; Vera
Fogwill en una entrevista dice no considerar el oficio de escritor como algo
“especial” en relación a otros, como por ejemplo, el de verdulero o carnicero.
Elige la escritura como forma de expresión
porque, básicamente, es lo que más placer le produce, entre tantas otras
cosas. Del mismo modo en “Poética” o
“Una vez” Rinesi se une a la tradición
desarticuladora del mito del poeta como pequeño dios y
juega con el humor porque, de ese modo, puede descargar las propias
frustraciones que nos hacen, muchas veces, desear la muerte de la poesía. Es
interesante como se construye esa voz, tanto en estos poemas, como en aquellos
donde, con la misma indiferencia, aborda el amor o la muerte del enamorado.
Quizás es ahí, en ese modo de leer las cosas, donde aparece la impronta
personal, aquello que quiere salir todo el tiempo pero que, sin embargo, lo
hace intermitentemente, como manteniendo aun una distancia. Lo hace sin abusos
y generando, entre lector y poeta, una relación de complicidad, expresada en
pequeños gestos o muecas durante la lectura, los mismos que podríamos hacerle a
la panadera cuando deja ese excedente de pan en la bolsa, sin modificar el
precio, esos regalos mínimos, entre tantos, que nos tocan en lo cotidiano sin
darnos cuenta.
Grande Mariana!
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