Milton López - Temprano me despertó el gorjeo de los pájaros




Un viento fuerte

Anoche un viento muy fuerte
se presentó en mi jardín
quebrando las ramas de los árboles,
batiendo las hojas de la huerta.
Yo regaba obstinado los surcos,
hasta que la primera gota de lluvia
rosó mi nariz. Las nubes trepidaban.
Apagué la luz del patio, crac crac crac,
seguía el ruido de la destrucción
y ya no se podía hacer más nada.
Acostarme, dejando que esas
imágenes se vayan opacando,
dormir, pero sin soñar, sin arrastrar
las palabras en su flujo irrefrenable.
Porque una mente que brilla demasiado
no puede hacer más que incendiar
cada idea que brota en su interior.
El temporal creció en la madrugada,
parecía que un gigante
intentaba arrancar el techo.
Por la mañana, temprano
me despertó el gorjeo de los pájaros
que secaban impacientes su plumaje
sobre la verde vegetación deshecha.





Hierofanía

Para qué venimos acá, a este terreno cubierto
de yuyos y cardos, para qué, siempre
me lo pregunté y me lo sigo preguntando
meta saca que saca de raíz
las hiervas malas, y algo queda por ahí
o riega que riega acá y allá
y después seca, aunque a veces
brotan esas habas exquisitas que a todos enamoran
(salvo a la abuela que perdió los dientes)
pero eso no es un buen porqué
ya que el hambre va a volver y de nada
sirve recordar el sabor a tierra fresca
que traían esas vainas. O sea
hay que volver a desmalezar, regar, arar
y después tirar semillas por doquier
para que crezcan un par de plantas bellas
que serán nuestro alimento. Pues eso no es negocio,
si Dios realmente existiera haría llover
un jugo de habas hermoso y a todos nos mantendría en éxtasis.





Coníferas

Desde acá se ve una araucaria
junto a un pino de su mismo tamaño,
esa pareja de coníferas
(sutilmente separada
Por la antena de televisión)
ya no contiene a las aves
que paraban allí en el verano.
Entro a la casa, pienso
desde que tapizamos el futón
de cuero negro
dejamos de sentarnos
a ver la novela ¿Y el amor
que duró mientras caía la llovizna?
Salgo de nuevo al patio:
cómo se verá esta propiedad
desde aquel edificio que creció como un hongo
en este barrio de casas bajas.
La luz de los departamentos
se encienden detrás de las cortinas
y las estrellas deben estar brillando
a pesar de las nubes.
Una mujer se asoma a su ventana,
fuma y después
tira la colilla al vacío.
Las ramas se agitan un poco
para que vuelvan a caer esas últimas
gotas de lluvia
que las hojas en forma de aguja
guardaban del medio día.




Vivencia

Un perro flaco se escapa corriendo de la casa donde lo tenían encerrado
arde la iglesia negra en el país alado
el humo enrojece los ojos del anciano
gusanos comen el carozo seco del durazno, la jaula
donde estaba el perro se llena de cerdos
que son alimentados. Avanza la sequía en el país subterráneo.
Una navidad diferente, dijeron
y el estallido de los fuegos lo dejó sordo.




Vetas

Vetas de la madera, son los nodos
del cielorraso atravesado por palotes
cubierto de telas de araña, y una vez
fueron los troncos piernas firmes
de un terreno pantanoso
a la fronda de su piel.

En un ángulo ha hecho su nido
la pareja de torcazas, un enigma
por dónde habrán entrado y cómo salen
pero ya están acá y acá se quedan.

Perdura agarrada al contra piso
la mancha de aceite; colgadas
de los bordes del placard lleno de cajas
hay bolsas con clavos y tornillos
y otras que ni sabe lo que tienen.

El peón abre las hojas de la puerta:
brisa primaveral, la luz ingresa
en la mancha que forma su arco iris
y el polvo que levanta el aleteo
de palomas encima vuelan plumas
se cambia el aire rancio por el fresco.




Telas de araña

Con un escobillón barrí las telarañas que las patonas tejieron en el techo,
sacudí por la ventana polvo, mugre, patas
y seda que quedó pegada.
Pasaron unos días
y ahora que me acuesto
a mirar las vetas de la madera
caminan sobre mi cabeza
dos arañas nuevas. Deben ser las hijas
de las que saqué y ya empiezan, como de memoria,
a tejer su casa.




Hoysito estaba el Napostá
tranquilo en el medio de la mar
zona lindera al Paraná
aledaño en tamaño algo menor
a la orilla una planta de apio abrió
húmeda en el olor del Paraíso
el Sauce eleva algunas ramas
delinea ahora este entretejido
aroma acre y perfumes
del paseo en corriente estival
esperando una embarcación
que en la noche atraviesa el Canal
para alzarme y llevarme a otro lugar.


Milton López nació en Bahía Blanca en agosto de 1987. Cursa desde 2006 el profesorado en Letras. En agosto del 2011 publicó su primer libro, Impreso en papel vegetal, en la editorial La Propia cartonera, Montevideo, Uruguay. Participó de varias ferias como puestero vendedor de libros de literatura contemporánea. también juega al fútbol, dibuja y pinta.




Ilustración: Clara Rival


Modos de un lenguaje que quiere anularse - Martín Moureu

“Desde acá se ve”, son las primeras palabras de “Coníferas” y eso es ya una declaración de principios: escribir desde una perspectiva, estética de la mirada, poesía es lo que se ve. Una poesía que describe objetivamente cada escena requiere para registrar lo espeso real con máxima precisión un lenguaje sobrio, casi monótono, sin efectismos ni estridencias retóricas; un lenguaje que aspire a la transparencia para no empañar la visión, que tienda a hacerse invisible para ser fiel a lo visible; donde no haya lugar para profundas reflexiones “Porque una mente que brilla demasiado/no puede hacer más que incendiar/ cada idea que brota en su interior”; donde lo desconocido, el misterio poético pase a ser una nimiedad: “un enigma/ por dónde habrán entrado y cómo salen” (las torcazas); “y las estrellas deben estar brillando/a pesar de las nubes.” ;“y otras (bolsas) que ni sabe lo que tienen”; donde lo imposible, lo inalcanzable se limite a lo que es lo inaccesible a la vista: “cómo se verá esta propiedad/ desde aquel edificio que creció como un hongo/ en este barrio de casas bajas.”, se pregunta esa poesía.
Pero este lenguaje que pretende anularse, pasar desapercibido es, a la vez, un lenguaje que le da realidad a las cosas por el sólo hecho de nombrarlas, esto es, porque las introduce en el sistema de su escritura, documentando una realidad que, en realidad, no existe más allá del texto; una realidad que no es más que una construcción verbal, en esa paradoja se desenvuelve la escritura de Milton.
Toda estética implica un programa ético y así como la teoría a la praxis, lo intelectual a lo manual, mirar se contrapone a actuar, ser testigo a ser actor de los hechos. Por eso a esta exaltación de lo contemplativo corresponde un desprecio del trabajo manual y de toda actividad: “Hierofanía” comienza por para poner en duda la utilidad de la acción, preguntándose: “Para qué venimos acá”, para terminar concluyendo que trabajar “no es negocio,/si Dios realmente existiera haría llover /un jugo de habas hermoso y a todos nos mantendría en éxtasis.”
Como en ”Hierofanía”, en “Telas de araña” se cuestiona el provecho del trabajo, sembrar habas y limpiar las telarañas es un ejercicio vano, “ya que el hambre va a volver” y las arañas aparecerán espontáneamente, el proceso siempre comienza de nuevo. Además, en “Un viento fuerte” llega un punto en que: “ya no se podía hacer más nada”: toda acción se vuelve inútil. Para no alterar esta pasividad del observador (“sentarnos a ver la novela”) el protagonismo de los textos se desplaza hacia cosas casi sin vida: los árboles y la lluvia; o si no pájaros, insectos: la vida a la mínima potencia.

En este contexto el yo lírico no puede expresar una personalidad, queda reducido a un centro organizador de la mirada y la escritura, una escritura que es una lectura de los hechos, donde mirada, realidad, texto, lector, observador se entremezclan, son modos de un lenguaje que quiere anularse para registrar una realidad que se vuelve real sólo por ser parte de esa escritura: juego de reflejos y negaciones: poesía.

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