Anoche un
viento muy fuerte
se presentó
en mi jardín
quebrando
las ramas de los árboles,
batiendo
las hojas de la huerta.
Yo regaba
obstinado los surcos,
hasta que
la primera gota de lluvia
rosó mi
nariz. Las nubes trepidaban.
Apagué la
luz del patio, crac crac crac,
seguía el
ruido de la destrucción
y ya no se
podía hacer más nada.
Acostarme,
dejando que esas
imágenes se
vayan opacando,
dormir,
pero sin soñar, sin arrastrar
las
palabras en su flujo irrefrenable.
Porque una
mente que brilla demasiado
no puede
hacer más que incendiar
cada idea
que brota en su interior.
El temporal
creció en la madrugada,
parecía que
un gigante
intentaba
arrancar el techo.
Por la
mañana, temprano
me despertó
el gorjeo de los pájaros
que secaban
impacientes su plumaje
sobre la
verde vegetación deshecha.
Hierofanía
Para qué venimos acá, a este terreno cubierto
de yuyos y cardos, para qué, siempre
me lo pregunté y me lo sigo preguntando
meta saca que saca de raíz
las hiervas malas, y algo queda por ahí
o riega que riega acá y allá
y después seca, aunque a veces
brotan esas habas exquisitas que a todos
enamoran
(salvo a la abuela que perdió los dientes)
pero eso no es un buen porqué
ya que el hambre va a volver y de nada
sirve recordar el sabor a tierra fresca
que traían esas vainas. O sea
hay que volver a desmalezar, regar, arar
y después tirar semillas por doquier
para que crezcan un par de plantas bellas
que serán nuestro alimento. Pues eso no es
negocio,
si Dios realmente existiera haría llover
un jugo de habas hermoso y a todos nos
mantendría en éxtasis.
Coníferas
Desde acá se ve una araucaria
junto a un pino de su mismo tamaño,
esa pareja de coníferas
(sutilmente separada
Por la antena de televisión)
ya no contiene a las aves
que paraban allí en el verano.
Entro a la casa, pienso
desde que tapizamos el futón
de cuero negro
dejamos de sentarnos
a ver la novela ¿Y el amor
que duró mientras caía la llovizna?
Salgo de nuevo al patio:
cómo se verá esta propiedad
desde aquel edificio que creció como un hongo
en este barrio de casas bajas.
La luz de los departamentos
se encienden detrás de las cortinas
y las estrellas deben estar brillando
a pesar de las nubes.
Una mujer se asoma a su ventana,
fuma y después
tira la colilla al vacío.
Las ramas se agitan un poco
para que vuelvan a caer esas últimas
gotas de lluvia
que las hojas en forma de aguja
guardaban del medio día.
Vivencia
Un perro flaco se escapa corriendo de la casa
donde lo tenían encerrado
arde la iglesia negra en el país alado
el humo enrojece los ojos del anciano
gusanos comen el carozo seco del durazno, la
jaula
donde estaba el perro se llena de cerdos
que son alimentados. Avanza la sequía en el
país subterráneo.
Una navidad diferente, dijeron
y el estallido de los fuegos lo dejó sordo.
Vetas
Vetas de la madera, son los nodos
del cielorraso atravesado por palotes
cubierto de telas de araña, y una vez
fueron los troncos piernas firmes
de un terreno pantanoso
a la fronda de su piel.
En un ángulo ha hecho su nido
la pareja de torcazas, un enigma
por dónde habrán entrado y cómo salen
pero ya están acá y acá se quedan.
Perdura agarrada al contra piso
la mancha de aceite; colgadas
de los bordes del placard lleno de cajas
hay bolsas con clavos y tornillos
y otras que ni sabe lo que tienen.
El peón abre las hojas de la puerta:
brisa primaveral, la luz ingresa
en la mancha que forma su arco iris
y el polvo que levanta el aleteo
de palomas encima vuelan plumas
se cambia el aire rancio por el fresco.
Telas de araña
Con un
escobillón barrí las telarañas que las patonas tejieron en el techo,
sacudí por
la ventana polvo, mugre, patas
y seda que
quedó pegada.
Pasaron
unos días
y ahora que
me acuesto
a mirar las
vetas de la madera
caminan
sobre mi cabeza
dos arañas
nuevas. Deben ser las hijas
de las que
saqué y ya empiezan, como de memoria,
a tejer su
casa.
Hoysito estaba el Napostá
tranquilo en el medio
de la mar
zona lindera al Paraná
aledaño en tamaño algo
menor
a la orilla una planta
de apio abrió
húmeda en el olor del
Paraíso
el Sauce eleva algunas
ramas
delinea ahora este entretejido
aroma acre y perfumes
del paseo en corriente
estival
esperando una embarcación
que en la noche
atraviesa el Canal
para alzarme y
llevarme a otro lugar.
Milton López nació en Bahía Blanca en agosto de 1987. Cursa desde 2006 el profesorado en Letras. En agosto del 2011 publicó su primer libro, Impreso en papel vegetal, en la editorial La Propia cartonera, Montevideo, Uruguay. Participó de varias ferias como puestero vendedor de libros de literatura contemporánea. también juega al fútbol, dibuja y pinta.
Milton López nació en Bahía Blanca en agosto de 1987. Cursa desde 2006 el profesorado en Letras. En agosto del 2011 publicó su primer libro, Impreso en papel vegetal, en la editorial La Propia cartonera, Montevideo, Uruguay. Participó de varias ferias como puestero vendedor de libros de literatura contemporánea. también juega al fútbol, dibuja y pinta.
Ilustración: Clara Rival
Modos de un lenguaje que quiere anularse - Martín Moureu
“Desde acá se ve”, son las
primeras palabras de “Coníferas” y eso es ya una declaración de principios:
escribir desde una perspectiva, estética de la mirada, poesía es lo que se ve.
Una poesía que describe objetivamente cada escena requiere para registrar lo
espeso real con máxima precisión un lenguaje sobrio, casi monótono, sin
efectismos ni estridencias retóricas; un lenguaje que aspire a la transparencia
para no empañar la visión, que tienda a hacerse invisible para ser fiel a lo
visible; donde no haya lugar para profundas reflexiones “Porque una mente que brilla demasiado/no puede
hacer más que incendiar/ cada idea que brota en su interior”; donde lo
desconocido, el misterio poético pase a ser una nimiedad: “un enigma/ por dónde
habrán entrado y cómo salen” (las torcazas); “y las estrellas deben estar brillando/a pesar de las
nubes.” ;“y otras (bolsas) que ni sabe lo que tienen”; donde lo imposible, lo
inalcanzable se limite a lo que es lo inaccesible a la vista: “cómo se verá
esta propiedad/ desde aquel edificio que creció como un hongo/ en este barrio
de casas bajas.”, se pregunta esa poesía.
Pero este lenguaje que pretende
anularse, pasar desapercibido es, a la
vez, un lenguaje que le da realidad a
las cosas por el sólo hecho de nombrarlas, esto es, porque las introduce en el
sistema de su escritura, documentando una realidad que, en realidad, no existe
más allá del texto; una realidad que no es más que una construcción verbal, en
esa paradoja se desenvuelve la escritura de Milton.
Toda estética implica un programa
ético y así como la teoría a la praxis, lo intelectual a lo manual, mirar se
contrapone a actuar, ser testigo a ser actor de los hechos. Por eso a esta
exaltación de lo contemplativo corresponde un desprecio del trabajo manual y de
toda actividad: “Hierofanía” comienza por para poner en duda la utilidad de la
acción, preguntándose: “Para qué venimos acá”, para terminar concluyendo que
trabajar “no es negocio,/si Dios realmente existiera haría llover /un jugo de
habas hermoso y a todos nos mantendría en éxtasis.”
Como en ”Hierofanía”, en “Telas de araña” se
cuestiona el provecho del trabajo, sembrar habas y limpiar las telarañas es un
ejercicio vano, “ya que el hambre va a volver” y las arañas aparecerán espontáneamente, el
proceso siempre comienza de nuevo. Además, en “Un viento fuerte” llega un punto
en que: “ya no se podía
hacer más nada”: toda acción se vuelve inútil. Para no alterar esta
pasividad del observador (“sentarnos a ver la novela”) el
protagonismo de los textos se desplaza hacia cosas casi sin vida: los árboles y
la lluvia; o si no pájaros, insectos: la vida a la mínima potencia.
En este contexto el yo lírico no
puede expresar una personalidad, queda reducido a un centro organizador de la
mirada y la escritura, una escritura que es una lectura de los hechos, donde
mirada, realidad, texto, lector, observador se entremezclan, son modos de un
lenguaje que quiere anularse para registrar una realidad que se vuelve real sólo
por ser parte de esa escritura: juego de reflejos y negaciones: poesía.
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