Relámpagos sobre Sandakan[1]
Si es la última vez que la veo,
qué
gozoso
el
alfabeto de la lluvia cayendo.
Tenemos comida en nuestros estómagos,
la
risa sale a chorros de nuestras bocas,
los
huesos se convierten en caldo
con
serai y kayu manis
sobre
las antiguas hornallas.
De edad desconocida,
los primos dicen que los años desgastaron a mi
abuela.
Pero sus ojos giran hacia mí,
bondadosos
y brillantes,
pidiéndome que tenga hijos
y que no la olvide.
Que encuentre en mi corazón
el perdón para mi padre.
Los
relámpagos sobre las copas de los árboles
esculpen
las nubes en un destello de púrpuras y amarillos.
La
memoria tiembla,
escrita
con la lluvia.
Mi generación
Mi generación
se sentó en el borde del océano
esperando que la marea trajera algo.
Mi generación
se pobló de borrachos y de chicos que toman pastillas,
de payasos crudos y de cubrecamas
manchadas con los sueños de neón de los adictos a la cocaína.
Me refiero
a las visiones inundadas de diamantes de las chicas hermosas
que transpiran balas, purpurina y Chanel.
Me refiero
a las que viven endeudadas
para comprar latas de falsos bronceadores.
Me refiero
a las que dejaron la escuela para ponerse colágeno
queriendo coger con hombres de la generación Y
con el cuello levantado y tatuajes de Copycat,
con contratos en el fútbol y mandíbulas cuadradas,
querido correr
en caballos de anfetamina y Porsches rojos
hasta los boliches
cuya fecha de vencimiento termina
justo
ahora.
Mi generación
se consoló con falsos profetas
que prometían cambio
pero hacían más de lo mismo,
cuyas ideologías optimistas
se convirtieron en imanes para la heladera y stickers para el auto:
SÍ PODEMOS
Sí,
vimos cómo asesinaron a los primeros ministros.
Golpes de estado silenciados en los pasillos del parlamento,
cabezas que ruedan por malas votaciones, lenguas caídas,
ruido a tambores mientras los diarios armonizaban como lobos que aúllan.
Nuevos reyes y reinas para los ojos de las cámaras, que todo lo ven,
que parpadean pero nunca se cierran.
“Líderes” recién consagradas con dientes pulidos y largos cuchillos.
Sonríen pero bien adentro
saben que también la guillotina los espera.
Mi generación
floreció con la sangre de los artistas
que mandaban mensajes en botellas
que terminaban en los corales despintados
y la humanidad era un fósil sumergido que sería buscado
algún día por otra gente y no por nosotros.
Mientras que los tradicionales custodios de la tierra
transpiraban en departamentos como cuchetas
y los activistas de izquierda sorbían vino tinto
y hablaban de reforma.
Mi generación
tuvo sexo con vaselina y música toda igual.
Hicimos mal el amor.
Los hombres aprendieron a tener sexo
armando un currículum de conchas rosas pixeladas de estrellas porno,
tetas enormes y pijas digitales.
Hicimos el amor entre manchas de aceite y masacres,
bailamos tango entre los titulares de la historia,
revoloteamos entre el ruido a sexo susurrado y asesinatos,
bidones de vino frío y saleros infernales,
pobres diablos bailando con espejismos
que traían una breve alegría a nuestros corazones disecados.
Mi generación
nunca dejó de hacer chiquilinadas.
Nos volvimos más preocupados, no más sabios.
Nos pusimos viejos, no crecimos.
Y nuestra única posesión fue una imaginación con alas,
que se sentó en el borde del océano
esperando que la marea trajera algo.
Mariposas
Ella dijo:
“de chica
viví en las montañas.
Juntaba
mariposas en un tarro y usaba la luz para leer mis libros”.
Le dije:
“qué
hermoso mundo”.
Ella dijo:
“ahora,
cuando vuelvo a las montañas no hay más mariposas”.
Y yo le
dije:
“cómo nos rompe
el corazón este mundo”.
Así, cuando
nuestros héroes envejecen
y nuestros
soñadores se vuelven locos,
cuando los
pájaros cantores callan
y las
fogatas se prenden en cada esquina,
yo vivo para las pequeñas victorias.
Cuando hay
pisadas en el corredor
y no sé de
quiénes son,
si de una
amante o un torturador,
aliado o
asesino,
yo vivo para las pequeñas victorias.
Cuando las
manos están sobre los oídos
y tapan las
bocas,
cuando dejo
de saber si prefiero estar despierto o dormido,
el silencio
de las corrientes submarinas
o el
estallido de las olas en un arrecife,
cuando nos
prometen todo
y nos
tratan como nada,
yo vivo para las pequeñas victorias.
Como comer
una comida y darte cuenta de que lo que acabás de comer
era
exactamente lo que querías.
Como cuando
el cajón de mangos está a 9 pesos.
Como un
mail sorpresivo que mejora tu día,
el primer
sorbo de agua luego de todo un día de ayuno,
la primera
línea después de haber estado trabado,
como un
estudiante que apenas puede deletrear su nombre
pero que da con la línea
perfecta.
Vivo por
las cosas por las que estoy dispuesto a morir.
Defiendo
las cosas por las que estoy dispuesto a caer.
Todos nos
prometemos eso alguna vez.
Nosotros,
la gente, los más frágiles de todos.
Nosotros,
la gente, que arrastramos redes a la orilla
esperando
encontrar anillos de diamante en las entrañas de un pescado
o perlas en la panza de los dragones.
Nosotros,
los hombres y mujeres,
que estamos
a centímetros de las pantallas
que nos
gritan para que tengamos tarjetas de crédito o perdamos peso.
Nosotros,
la masa hirviente de queridos y amigos,
violadores,
racistas, asesinos de hombres,
neo-nazis, héroes, modelos y feministas,
los que protestan blandiendo bates al sistema,
esperando astillar los mosaicos
y amantes
que quieren dar con su homerun.
Este poema es para los sobrevivientes.
Es para los marginados.
Para los excéntricos que nunca cubren su locura siendo copados.
Para
los chicos en el Mish, en las calles, en las villas,
en los departamentos y en los patios de las
secundarias.
Ellos van a hacer de tu voz un crimen para el
que no tenés ninguna coartada.
Entonces, que sea un crimen pasional,
alzalo hasta sus ojos,
robá el tiempo,
meté en tu bolso la perseverancia
de los que odian y dejá lo demás atrás,
hablá con seguridad,
con los dientes brillando más que la columna
vertebral de una ciudad.
Aunque sea una victoria pequeña,
¿quién sabe?
quizá algún día, un día las mariposas vuelvan.
Una patria
Imaginé un breve beso en los párpados,
una mujer de hombros marrones
escurriendo
el agua de su pelo.
Imaginé flores de hibiscos y rapsodas
vagabundos,
kampungs[2]
llenos de gente sabia y pobre.
Las visiones quedaban como íconos,
preservados
en un corredor privado y tranquilo.
Después llegué.
Vi Prada y bolas de boliche,
vi mezquitas y centros comerciales construidos
con los mismos ladrillos,
e
igualmente llenos de fe.
Vi las razas comiendo por separado
y rascacielos puros como cuchillas.
Detrás de las paredes
había gente masturbándose a media luz.
Detrás de las puertas
inmigrantes ilegales recibían documentos por
votos.
Alguien que protestaba exigió elecciones
libres
mientras que los ojos de la policía moral eran un radar.
Y por todas partes la modernidad se agitaba.
¡Locura del exilio!
¡Esperanza y desesperación de esta segunda
generación!
Extraer las historias de aquellos que se
fueron años atrás
y después
creer que uno entiende.
No.
Una patria es una cosa bastarda,
una
quimera, un ente vaporoso,
que confunde que ilumina que confunde que enriquece?
Debajo de un toldo que gotea en Kuala Lumpur
veo la vida crecer inmensamente,
con
risas y bocas que mastican.
A mis párpados los beso el aire dulce.
Miro al otro lado de la calle y
veo
a una mujer escurriendo agua de su pelo,
sonriendo.
SEGUÍ TOCANDO
Esto es una
advertencia para todos.
El mañana
no es tu amigo.
El mañana
es un visitante para cuya llegada no estás preparado,
cuyos
cambios de ánimo no podés anticipar.
No los
podés anticipar porque nunca sabés
si va a
llegar a tu puerta trayendo flores o un arma,
pero sabés
que está todo el tiempo acercándose.
Esto es una
advertencia.
Nunca dejes
que se consuma el fuego de la lámpara.
Nunca dejes
de hacer tu música, incluso si el disco está rayado,
la aguja
quebrada y el micrófono desconectado-
seguí
tocando.
Incluso
cuando estés parado mirando los amenazantes arrecifes,
donde los
corales parecen hechos de cuchillas y navajas,
donde el
cielo apenas brilla con una luz de carbón
encima de
los tiburones y los intermitentes cardúmenes,
donde te
movés entre mareas de información
(algunas
correctas, otras erróneas, otras sencillamente dementes)
olas de
opinión tan potentes que amenazan con ahogarte-
seguí
tocando.
Incluso
cuando sientas que la amistad es un campo de batalla
donde la
brisa está cargada de ego y desconfianza,
donde el afilado
sol se oscurece
por un
billón de flechas que cantan con la claridad de los pájaros,
donde
intercambiamos palabras encendidas en bares y autos recalentados,
donde
sentimos que somos lo que queda de los naufragios
de los
ideales abandonados-
seguí
tocando.
Incluso
cuando las respuestas negativas se apilen como pirámides
y te digan
que no tenés talento
y que nadie
quiere escuchar a un rapero de un pueblo chico de Australia
y que
ninguna radio va a poner tu música
y gritás y
gritás y nadie te escucha-
seguí
tocando.
Pero no
estoy seguro de por qué deberíamos,
cuando
claramente las posibilidades apuntan en contra nuestra.
Porque sé
que el corazón de los hombres
es un
pastizal donde florece la oscuridad.
Todo lo que
sé es que tengo suerte de estar acá
y que algún
día, pronto, este hombre de pasión y lujuria
va a ser
polvo y cenizas.
Y que voy a
esparcirme de vuelta en el suelo del que salí
y que no
quiero que mi último suspiro sea un lamento.
Quiero
poder decir que salté del acantilado cuando fue necesario,
que bebí
del cáliz cuando me lo pasaron.
Que incluso
cuando el disco estaba rayado,
la aguja
quebrada y el micrófono desconectado-
seguí
tocando.
Esto es un
advertencia para todos.
El mañana
no es tu amigo.
Así que
nunca dejes que el fuego de tu lámpara se consuma.
Porque
nunca sabés
cuándo podría
terminar hoy.
Versiones en castellano de Tom Maver
Versiones en castellano de Tom Maver
Ilustración: Natalia Litvinova
Bio de Omar Musa
a la vez que Nota
del Traductor - Tom Maver
Omar Musa nació en
los suburbios australianos, en 1984. Esta selección de poemas es de su libro Parang (que en malayo significa:
cuchillo grande y pesado que se usa como herramienta o arma) publicado en 2013
en Australia. Algunos de sus poemas se encuentran en video en Youtube, como
Fireflies, The Great Displaced, My Generation, etc. En 2014 publicó en Penguin
la novela en verso "Here come the dogs" (Acá vienen los perros).
Su cultura viene,
por un lado, de la música urbana del rap y del hip-hop y por el otro, de la
cultura malaya, que le viene de familia -su madre es una poeta malaya- y que
también se reúne en su lengua. Como se ve, ambas tradiciones son orales, oídas
y dichas antes que leídas o escritas. Podríamos resumirlas así: lo que se
escucha en la calle y lo que se escucha en la casa.
Yo di con él a
partir de un video de Youtube donde recitaba Seguí tocando, poema con el que
ganó el slam de poesía de Australia[1].
Los poemas recitados en slams los sabe de memoria. Esto hace que la mirada la
tenga libre para dirigirla al oyente, y convocarlo. El tiempo presente de los
poemas se refuerza, se intensifica de alguna manera. Siempre pensé que ese
extrañísimo sujeto, ese “yo” construido en los poemas para el poema, tan
fantasmal, sobre todo cuando alguien recita un texto propio y me mira a los ojos, siento
que el espejismo es todavía más interesante y complejo. Transparentemente
complejo.
Uno podría pensar
que sin la presencia del poeta y su mirada, sin el público, el poema no se
sostendría. La pregunta en definitiva es: ¿cómo se sostiene un poema, qué lo
sostiene? Cada uno tendrá su respuesta. Quizá la de Omar sería: con palabras y
ritmo. A pesar que en general la poesía oral tiene una fuerte preocupación por
el sentido (que lo necesita también para mantener la atención de lxs oyentes),
en la poesía de Omar se respira la preocupación por el ritmo de lo dicho.
El ritmo es su
contemporáneo. El tiempo presente es entendido como reunión de tiempos (como el
poema es el encuentro de una voz y un oído; no un viaje sino el fin de ese
viaje). Y en el poema se reúnen la lengua rápida, agresiva del suburbio, del
rap, la antiquísima lengua malaya, las historias de marginados de un suburbio
como el de Queanbeyan, South Wales, Australia, las largas enumeraciones (formas
de la imaginación y de la frustración por algo que podría seguir infinitamente)...
Poemas de largo aliento de una generación a sí misma que busca su voz, lo propio, entre sus conteporáneos y en el pasado.
[1] Los slams de poesía, en resumidísimas cuentas, son una competencia, un juego para
atraer más gente a las lecturas de poesía que tuvieron mucho éxito en los EEUU
y que comenzaron a mediados de los 80 y luego se dieron en muchos otros países.
Se da un tiempo limitado a cada poeta-competidor para decir su poema y al final
se vota por el mejor.
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