Lía Sosa - Cosas que dicen que hice, y no las recuerdo


poesia argentina



TIJERAS


unas tijeras inyectan culpa
salvadora de
liviandad de muerte
para que nada cambie
irremediablemente



OTRA FUGA

tan ida de mí estaba
que hay cosas
que dicen que hice y
no las recuerdo.



FAST FOOD

la chica
ronronea en la falda
del viejo
que no mira sus canas
y le muerde una pierna
y la come con papas
y le deja el vuelto



HERENCIA

hombres de plomo
me tiró mamá
y me amputé la cabeza
para olvidarla a ella
para salvarme de ellos




ORACIÓN A SAN JUDAS TADEO

Que una mirada quinta sinfonía
me perfore las corneas
y me arranque la minifalda
sin preámbulos ni preservativos.



Lía Sosa: estuvo en Vietnam, donde aprendió origami, tiro al blanco y a esperar cuerpo a tierra el fin de las vibraciones de una lluvia de bombas. Fue justo ahí dónde, fugazmente ilumi-chamuscada por el fuego, tomó su Rivadavia forrado de telaraña y escribió: Pogo Psico. Después, ahora, se dedica al aquadance y a la cría de conejos.



poesia argentina
Ilustración: Aldana Antoni


¿Cómo se origina una tormenta?, por Joaquín Oreña

Parecería ser que los poemas de Lia Sosa, siempre están hablando acerca de una tormenta. No hay una mirada contemplativa que pasivamente busca así lograr humanizarse, ni tampoco son la tormenta misma. No son propiamente esa agitación que se da sobre el cielo y los paisajes, para que nosotros al verlos a la distancia podamos disfrutar de ese poder de separación que la mirada da. Más bien, a través de lo que dicen, buscan vincularse con ella. Y entonces, si los textos son lo que aspiran a conquistar la proximidad de esa lluvia constante y ese viento furibundo… quienes leen estos poemas, impregnándose placenteramente sin estar advertidos de que hay allí algún tipo de riesgo, se preguntan: ¿Cómo es que se origina una tormenta? O mejor aún, llevados por el contenido, por las palabras que se suman una a otra en el interior de su deriva discursiva, dicen y dudan, tratando de averiguar:

¿Por qué una vez que esta se inicia, y arroja todo su caudal de imágenes nuevas sobre la tierra, algo extraño sucede, y entonces termina?

Estos poemas creo,  que tienen la capacidad de llevar al lector hacia ese lugar, ese espacio misterioso de atmósfera que se genera una vez que el agua y el viento cesan.

A veces abruptamente y con decisión, a veces sin pretenderlo, como involucrados en su propia contradicción; queriéndolo pero también sin lograr darse cuenta.

Junto con quien los lee, el yo lírico también es víctima o receptor de lo que indefectiblemente va a suceder o ya ha pasado; y es esa fantasía artificiosa que se separa de lo verídico testimonial lo que los afecta. Es que ese designo u ese potencial destino, no depende mucho de algún tipo de voluntad humana. No depende mucho de nuestro corazón. Aunque tampoco soporta el avasallamiento del que es objeto sin antes advertírnoslo. Porque claro es, que cada uno de los versos de estos textos, más y más van perimiendo aquello que llamamos ingenuidad.

Quien los escribe elige, pero no podría decirse que hay allí una víctima consciente y alegremente dócil a la vez, sino alguien que se enfrenta a la escritura compelida por la fuerza única y estrepitosamente lábil que tiene para los seres humanos la naturaleza.


Joaquín Oreña, Santiago del Estero, 1979.





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