Rocío Pavetti - Rebota mi voz


poesia argentina



del libro Escafandras (Ediciones Recovecos, 2009)


SILENCIO

Paso a paso rebota mi voz
en un eco de dedos.
Cada día ahueca su instante,
su breve agujero negro
que me mira desde adentro.

ºº

Los besos se adelgazan hasta resbalarse por mi memoria.
La astucia se acorta cuando la espera te atrasa.
Ando en  mi casa juntando las pestañas que me ganaste.
La ausencia  nos está volviendo tormenta.

ºº

Y si hablabas eras burbujas de jabón
y yo fingía ser aire.
Y pluf y pluf.
Y nunca más podía verte seca de rencores.

ºº

Volver a gravitar por donde se cayeron las cosas.
Trepar al borde de lo alto, lo más alto,
para cuchichear desde tu hombro
lo pequeño que espantamos.

ºº

Hacerse de aire
para vivir en los otros,
para que nos respiren.

ºº

Me hubiera ahuecado hacia afuera
y mi invitación tendría
la forma de tu abrazo.
Hubiéramos sido
entre la tibieza y la escarcha.

ºº

Se teje en versos
este amparo para  el viento.

ºº

El vaivén eclipsado de la arena
este arrullo de espuma entre los dedos
¿Hasta cuándo seguiré subiendo
al barco dentro de una botella?

ºº

Hoy no desperté en mi cuerpo.
El silencio me ha vuelto
un hilo de aliento
en alguien que nos grita.

ºº

Como si hubiera que ser frágil y amarilla como un pollo.
Me agarro de la cintura... (aquí no).
Me estiro el dedo meñique... (acá tampoco).
Pero si subo al cuello
y me aprieto con una mano... Ahí está,
de nuevo la mortalidad.

ºº

Flotar.
Todo se cae del peso,
por su propio peso.
¿Quién detendrá el silencio
para pronunciarme
callada?

ºº

Me mudo al viento.
Me cansé
de las burocracias de la soledad
que dilatan los espejos
del caleidoscopio
que nos inventa.


ºº

Del libro inédito “Feliz feliz cumpleaños”



El día que te diga que te quiera te vas a dar cuenta que no te puede pasar nada. En vez de alas te van a crecer garras. Unas garras chiquitas primero, como de felino. Vos después encargate de sacarles filo para que no te molesten. Pero el día, el día ese, te vas a dar cuenta que siempre te quise. Y a eso si querés guardátelo en la billetera. Da buena suerte.

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Un disco que dice.
Y decirlo hasta que ya no se escuche el disco.
Anularlo con presente contado: sí, vos y yo deberíamos estar acostados en el suelo escuchando. Sí, no me roces. El disco, el disco. Escuchá.
Ahora te crece dejar besarme.

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Tuve que mirar cuando todavía estaba reconociéndome por mi olor.
Nadie notó que vigilaba tu alegría. La mirada fija en el gesto que quisiera ser una oración.
Un día me dijiste que tu vocación no era otra más que el aliento. Y me fui.
Cómo será ser primero pez, antes agua, después barro y al final saberse un soplo.
Cómo recordaremos nuestro perfil cuando seamos tan castos como estatuas.


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¿Viste? ¿Que si los vientos son azafranados las fotos salen en sepia?¿Viste qué tontas se vuelven las preguntas cuando las escribís?




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Mientras vos dormías tranquila abrazada a la paciencia segura y soñabas una mañana perfumada, yo pateaba mis recuerdos para hacerme espacio.
Vos tomabas nota sobre el futuro y cavabas con  cautela el jardín de lo que se puede. Adornabas con plantitas el cerco que separa lo que nunca jamás. Yo salía de excursión por el barrio. Iba acompañada. Iba sola a no encontrar.
Justo cuando vos hacías planes de vacaciones, de comidas, de médicos, de lo que sí o sí tiene que ser este año; yo me las arreglaba para llegar al final del día. Para estar comida. Para estar bañada, para poder decirle al chico que me da verduras buenos días. Para poder decirle y que me creyera que hoy también es un día lindo y que mañana todavía nos espera lo brillante saliendo del suelo, desperezándose la agonía a puro aire.


Mientras vos venías a visitarme y me llenabas el almuerzo de cosas amarillas yo miraba fijo las preguntas de todos los días y les sonreía como a vos, segura de estar en el mundo de los mientras tanto. 


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Feliz cumpleaños.
La ayuda que te voy a pedir es que cuando me veas bailando vengas. Y estés cerca mío y no me amenaces con el mundo. Que me rodees algodonadamente y que no dejes que me hagan nada. Así yo no me hago nada. Así al otro día puedo estar en el mundo. En un mundo que no se mueva tanto. El mundo de las cosas que salen de su casa y hacen cosas.

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Esto que te digo no se lo dije a nadie. Que estaba todo oscuro como por llover y cayeron tres gotas. La primera en mi oído. La segunda cerquita en el suelo. A la otra no la vi. Pero seguro cayó por ahí. Por eso de que siempre caen dos o tres gotas.
Listo.


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Me desperté sintiendo sólo una lengua. Me quedé acostada pero estuve siendo la boca de un lagarto. Esos que se camuflan para que el mundo no los devore.
La lengua es un órgano de conocimiento.
Entonces despertar. Lamer el día. No encontrar. Recorrerte hasta en sueños con la peligrosa cautela de un lagarto.
También escribir.


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Rocío Pavetti nació el 26 de agosto de 1986 en Corrientes, Argentina. Durante su niñez vivió en las Sierras de Córdoba.
En la actualidad reside en Córdoba, en donde culmina sus estudios de Licenciatura en Letras Modernas  (Universidad Nacional de Córdoba). Participa del equipo de investigación “Las experiencias de la voz, la imagen y el cuerpo en escrituras poéticas contemporáneas” (SECyT, UNC).
En 2009 publicó su primer libro de poesía, Escafandras (Ediciones Recovecos). Basados en este libro se han realizado un corto de animación (“Escafandras” por Raúl Moreschi); canciones de las bandas Le hochet, Témcrides y Hernán Libro y fotografías de Lucila Morán Torres.
Ha participado en diversos ciclos de lectura. Algunos de sus escritos han sido publicados en revistas, plaquetas, blogs.
 Actualmente administra el blog elpuentebajoelagua.blogspot.com .





poesia argentina
Ilustración de Mariel Fariña





Las voces del poema - Santiago Rouaux

Todos los jueves paso la tarde con Ángel. Ángel es un hombre de mediana edad que tiene un diagnóstico de esquizofrenia. Entre otras cosas, Ángel escucha voces que le dicen lo que debe hacer y dejar de hacer. Todos los jueves, pasamos la tarde juntos. No hablamos mucho. Ángel pasa gran parte del tiempo ocupado en lo que llama “su vida interior”. Me pide que por favor guarde silencio, pues debe ocuparse de sus asuntos. Cuando Ángel se recuesta en su cama y se tapa con las sábanas hasta la cabeza, yo sé que se encuentra ocupado y que no debo interrumpirlo. Entonces saco un libro, unos apuntes o un cuaderno donde escribir, y me ocupo también de mi “vida interior”.
Una tarde saco los poemas de Rocío. Los leo, sabiendo que tendré que escribir algo sobre ellos. (Si bien pasé varios años en la carrera de Letras antes de dedicarme finalmente a la Psicología, confieso que descreo bastante de mis capacidades como crítico). Leo los poemas de Rocío un poco presionado, con esa exigencia tonta que nos ponemos a veces de decir algo original y que es el mejor atajo para no decir nada. Leo los poemas de Rocío y no logro encontrarme con ellos.
Entonces, dejo las páginas a un costado, cierro los ojos. Un solcito agradable entra por la ventana. Ángel está en silencio, ocupado en lo suyo. Yo respiro profundo, dejo la mente en blanco, dormito unos minutos. Abro los ojos y vuelvo a agarrar las páginas. Trato de olvidarme de todo, del lugar donde estoy, de Ángel, de mí, y sobre todo de que debo escribir algo sobre esos poemas. Vuelvo a leer los textos de Rocío, y algo ocurre. Escucho, ahora sí, las voces del poema.  
Escucho por ejemplo: “Se teje en versos / este amparo para el viento”. Escucho: “El vaivén eclipsado de la arena / este arrullo de espuma entre los dedos / ¿Hasta cuándo seguiré subiendo / al barco dentro de una botella?”. Escucho: “Flotar. / Todo se cae del peso, / por su propio peso. / ¿Quién detendrá el silencio / para pronunciarme / callada?”. Pequeños fragmentos de voz que se encienden y se apagan como luciérnagas. Que evocan escenas fugaces, apenas esbozadas, donde el sentido se equivoca todo el tiempo, se esfuma, se hace agua, no para hacernos perder de vista la referencia del poema, sino para multiplicar sus posibilidades. Es la apuesta de Rocío: cada poema es una pequeña escafandra, más o menos empañada, que nos permite ver más allá de lo que vemos, como quien sumerge la cabeza en un mar tropical para descubrir un mundo de colores. 
Leo los poemas de Rocío y me dejo llevar por las voces. Y así pasamos la tarde, Ángel y yo, cada uno ocupado en sus asuntos. 


Santiago Rouaux, Buenos Aires, 1984.






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