Diálogo de sordos

Patricio y yo nos entendemos. Pero no siempre. Patricio y yo estamos todo el tiempo hablando, escribiéndonos, llamándonos. Pero no siempre nos escuchamos, hay que decirlo. Muchas veces estamos hablando no tanto con el otro como con esa figura con la que uno habla cuando habla solo. Pero eso nos permite a cada uno continuar con eso que venimos pensando. Y tener alguna nueva idea cada tanto. Y tenernos paciencia.

Hay momentos en que sabemos que hay que dejar al otro hablar y no intervenir. Hacernos los tontos. No estarle encima. Y de pronto, de todo lo que digo, por ejemplo, él toma una sola cosa y empieza a hablar y a pensar en voz alta, se desvía completamente de lo que yo estaba diciendo y, voilà, una nueva idea.

A veces, mirando las ilustraciones, o leyendo las notas pienso que algo parecido sucede. ¿Cómo de esos poemas surgió esa ilustración, ese comentario? Ese salto me interesa profundamente, esa interferencia, ese lazo entrecortado. Eso de tener un oído tapado, un oído hacia adentro. Quizá estemos más tiempo hablando solos del que creemos. Es entonces que conectamos ideas.

Son diálogos entre sordos. O, más bien, entre caprichosos. Cada uno oye lo que quiere. Lo que le sirve de alguna manera. Para crear, para hacer otra cosa uno se vale de ese ejercicio de transformación.

El diálogo con la tradición es así también.

Hay poetas que hablan entre ellos y no se dan cuenta.

Ilustraciones que dialogan entre sí, ya olvidadas de los poemas.

Lecturas, comentarios, notas, ilustraciones, fotos. Como si el campo de la lectura se abriera y desplegara sus corrimientos, sus metáforas, su oído que desvaría. Me pregunto hasta dónde llegará este despliegue.

Hay cosas que no necesitan respuesta. Que no esperan eso. La poesía es eso. Un diálogo entre entusiastas.



Tom Maver

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