Los
nadadores de aguas abiertas
hablan
del agua, incansables;
la
diferencian, la asocian
como
si persiguieran
un
rastro infinito.
El
agua que describen
no
es solo agua,
entre
el pedregullo y las arenas
se
carga de sólidos
entre
las corrientes
toma
la fuerza
de
un animal prehistórico.
Más
densa, más liviana,
amarga,
abrazadoramente cálida.
El
agua en la que se sumergen
nunca
es la misma,
pero
no repiten,
encarnan
precarizada
la
frase de Heráclito.
Los
nadadores testean
cuando
respiran tensos
al
filo de la hipotermia,
cuando
el barro del fondo
enturbia
las antiparras,
cuando
se dejan ir también,
en
un placer amniótico.
Más
tersas, más ásperas,
más
dulces;
cuando
la brazada avanza
descubren.
Levantan
esa
planicie inestable
buscan
cómo sostenerse
o
remontar,
igual
que en el gran océano
del
vivir,
qué
objeto servirá
para
fijar el rumbo
o
qué es el equilibrio
sin
apoyo.
En
el aliento
la
obsesión por el agua.
Los
nadadores alzan
oscuras
masas de soledad;
emergen
entre enormes
intocadas
masas líquidas,
siempre
al borde
de
ser tragados,
siempre
en el límite
de
lo incompatible.
En
una deriva
picada
por vientos
entre
algas y desechos
de
los tiempos modernos
nadar
el mar
como
se nada lo real.
Abro
la puerta de mi casa,
soy
la nadadora
que
con los brazos vuelve
a
un rudimentario atavismo.
Espíritu
del agua,
abrime
el paso,
mundo
de la carne
y
de los intercambios humanos
voluptuoso
y denso,
cuál
es el resquicio:
agua
reticente atravieso
agua
herida, agua
del
primer sí.
María
Inés Mato nadó las aguas
más
frías del planeta;
cruzó
el Beagle, el canal de la Mancha,
un
estrecho impensable del mar Báltico.
Sin
trofeos, ni estadios
sus
travesías parecieron inventadas.
Bordeó
el glaciar en paralelo,
en
círculo la isla de Manhattan;
aguas
que expulsan con su mezcla ácida,
raras
aguas que entregan
su
cauce de vértigo.
María
Inés Mato eligió en lo abierto
mareas
de montaña
y
volcanes helados,
oleaje
turbio del mundo sensible
cenizas,
peces, barro.
¿Quién
acepta una nadadora sin pie
o
ese imposible desequilibrio?
Con
una pierna menos y sin prótesis
entrenó
como una disidente;
en
el verso libre encontró ritmos,
palabras
que sostuvieran el calor;
en
la falta de gravedad del agua
se
llenó de voces;
nadar
es hablar con la respiración.
Al
mar del sur le habló con la memoria
de
las mujeres yámanas,
a
bordo de sí, con la corriente
del
cuerpo hizo canoa
para
llevar el fuego a la otra orilla.
María
Inés Mato unió el estrecho
que
separa Malvinas. Brazada tras
brazada,
de la guerra abre olvidos;
una
huella de espuma, un puente blanco,
un
rastro en el agua de los vencidos.
¿Quién
acepta una nadadora sin pie
que
explora las bajas temperaturas,
sin
rayas marcadas ni andarivel,
en
las olas de su propia ruptura?
Con
aire, un mar en contra se horada.
Del
agua helada dijo duele muchísimo
pero
es una frontera,
un
cruce, solo eso.
Sin
traje de neoprene
se
zambulló en los hielos antárticos,
la
gorra de goma de los nadadores
emergió
inédita entre los témpanos;
un
video muestra el barco guía
y
su continuo braceo
bajo
el ancho vaivén de una gaviota.
Coordenadas
desiertas
que
borran cualquier marca.
Proezas
hacia adentro
probadas
con el pulso.
Si
cada persona es su propio mapa,
el
suyo traza líneas,
casi
imaginarias.
María
Inés Mato buscó aguas frías
mares
renuentes a la aceptación,
nieve
hendida del planeta ¿o qué
callados,
secretos límites cruzó?
Una
nadadora cruza las 103 millas
entre
Cuba y Cayo Hueso,
sobre
el atardecer encendido del mar Caribe;
desde
un kajak alejan
a
su alrededor los tiburones
con
un aparato que emite ondas;
usa
unas antiparras que permiten
la
visión nocturna y a eso se limita
el
despliegue tecnológico.
Cuando
hunde la cabeza al nadar sucede
lo
que importa: el ser frente al obstáculo elegido
para
probar que es.
Se
llama Diana Nyad
y
ya cruzó
desde
Bahamas, batió récords.
Tiene
61 años y no se detiene
mas
que para beber unos minutos
en
el apuro de esa inmensidad.
Cuando
nada parece no haber llorado nunca,
cuando
nada parece que la melancolía no le
/hubiese
roto
los
deseos nunca.
Cuando
nada la fuerza
no
es solo atributo
de
los dioses.
Pero
la marea en contra la obliga a desvíos hirientes
mientras
el agua brilla
como
una autopista interminable en la lluvia,
como
una hoja de filodendro agigantado por la
/lluvia
y
el fracaso ahueca el aire
como
un graznido.
Si
abandona, la meta permanecerá, invisible
en
la mañana después del cansancio,
en
la noche anterior de la necesidad;
cuando
crece la necesidad no hay sal, ni sed, ni sol
enceguecedor
que melle
la
voluntad de ir.
Pero
ella nada ahora. Es dura, entrenó, bracea,
no
se desgastó en lo inútil;
tiene
61 años y toda una vida de nadadora.
Una
rompiente de aguavivas
viene
a embestirme
con
los hilos del ardor,
con
las cabezas viscosas
levemente
ladeadas.
No
hay debajo de la ola,
ya
rompe
y
debería barrenar
como
si no tuviese repelencia
ni
los brazos inmovilizados.
Una
rompiente de aguavivas
en
el horizonte
sin
escape del sueño;
cuál
será la del dolor
cuál
dará el topetazo
o
quemará
el
cuerpo desnudo;
cuál
exigirá el tironeo
en
la carne ampollada,
sacar
los filamentos
enfriar
la fiebre.
Levemente
ladeadas
ante
las cámaras,
habían
encanecido
las
cabezas de los represores.
Casi
calvas, algo cínicas
en
el banquillo de los acusados;
sin
una fibra de retraimiento
que
brotara de los años
como
de un árbol de silencio.
Aguavivas
de la pesadilla
y
vigilia;
el
dolor quedó afuera
de
esas cabezas,
el
dolor que no pudo
sentirse
del todo,
un
dolor como un mar negado
por
preguntas que al despertar
querían
su cielo y sus semillas.
¿Cómo
alcanzar
la
rosa diurna,
el
coral sumergido,
el
diamante de olor
prendido
hondo?
Un
mar revuelto la memoria
donde
sopla la furia
y
el dolor se abre limpio,
flor
originaria.
Muy original y muy hermoso. Encuentro también acentos épicos en su hondo lirismo.
ResponderEliminarMuy original y muy hermoso. Encuentro también acentos épicos en su hondo lirismo.
ResponderEliminarGracias, gracias y gracias!!
ResponderEliminar"Nadar el mar/como se nada lo real". Hermoso!!!
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