De Cosas dentro de otras cosas:
vii
Ahora contra el cielo
oscuro las ramas son más duras
y el aire que mueve los sonidos es veloz.
Miro siempre la misma
columna de estrellas en el sur.
Pienso
que si algo hubiera cambiado lo sabría.
y el aire que mueve los sonidos es veloz.
Miro siempre la misma
columna de estrellas en el sur.
Pienso
que si algo hubiera cambiado lo sabría.
De Incombustible:
1
Incombustible
-dos puntos-
tiene tres acepciones y la última
de poco uso, dice el diccionario,
es algo así como “desapasionado”
-coma-
“incapaz de enamorarse”.
Incombustible
-dos puntos-
tiene tres acepciones y la última
de poco uso, dice el diccionario,
es algo así como “desapasionado”
-coma-
“incapaz de enamorarse”.
4
La gata me habla como un bebé.
Y me lame las manos
como un perro.
Y monta guardia mientras duermo
como un planeta.
Cuando escribo
se acomoda sobre los papeles.
Y me mira.
Sólo para que sepa
que ella está.
El peor momento es la mañana.
Ella lo sabe.
Cuando sé que no puedo dormir
más.
Y confirmo que estoy mejor así
sola y despierta
pero recuerdo vagamente
las trazas de algún hombre
y me entristezco.
Pienso
si el amor apagado puede
servir para algo.
Si es como una ceniza
para mezclar con arcilla
o con agua
o con savia
y hacer una cataplasma
un ungüento
un bálsamo.
¿De qué puede servir
todo el amor apagado?
Lo pongo fuera de mí.
Pienso en alguna cosa
que con el paso del tiempo
consiga cada vez
una hoja más tibia
más azul
más lenta para surgir
más rápida de aplacar.
Una hoja
donde se haya escrito
la idea del amor
alguna vez.
Una idea
tal vez como una pera.
La pera guarda
la forma del amor.
Cuando se pone azul
ya no parece una pera.
Pero quizás
con el tiempo
uno se acostumbre.
De todas formas
me entristece
el papel, las cenizas,
las peras, el azul,
la idea, la costumbre.
Mi gata se da cuenta.
Me lame los dedos.
Me llama como un niño.
Me mira.
Sólo para que sepa.
La gata me habla como un bebé.
Y me lame las manos
como un perro.
Y monta guardia mientras duermo
como un planeta.
Cuando escribo
se acomoda sobre los papeles.
Y me mira.
Sólo para que sepa
que ella está.
El peor momento es la mañana.
Ella lo sabe.
Cuando sé que no puedo dormir
más.
Y confirmo que estoy mejor así
sola y despierta
pero recuerdo vagamente
las trazas de algún hombre
y me entristezco.
Pienso
si el amor apagado puede
servir para algo.
Si es como una ceniza
para mezclar con arcilla
o con agua
o con savia
y hacer una cataplasma
un ungüento
un bálsamo.
¿De qué puede servir
todo el amor apagado?
Lo pongo fuera de mí.
Pienso en alguna cosa
que con el paso del tiempo
consiga cada vez
una hoja más tibia
más azul
más lenta para surgir
más rápida de aplacar.
Una hoja
donde se haya escrito
la idea del amor
alguna vez.
Una idea
tal vez como una pera.
La pera guarda
la forma del amor.
Cuando se pone azul
ya no parece una pera.
Pero quizás
con el tiempo
uno se acostumbre.
De todas formas
me entristece
el papel, las cenizas,
las peras, el azul,
la idea, la costumbre.
Mi gata se da cuenta.
Me lame los dedos.
Me llama como un niño.
Me mira.
Sólo para que sepa.
Mamá
1
Cuando yo tenía doce años no comía.
Mi mamá me decía que me iba a morir.
Pero yo acariciaba mis pómulos,
mis costillas, los huesos de mi pelvis.
No hay nada, mamá, como el sabor de la muerte.
Cuando yo tenía doce años no comía.
Mi mamá me decía que me iba a morir.
Pero yo acariciaba mis pómulos,
mis costillas, los huesos de mi pelvis.
No hay nada, mamá, como el sabor de la muerte.
*
Su padre estaba bronceado siempre,
musculoso.
Su padre era el dios del Paraná
y del Salado
y de todos los ríos aledaños.
Parece que mi hermano había heredado
sus ojos.
Los genes saltan generaciones enteras
y el amor
también
tiene sus saltos.
Su padre estaba bronceado siempre,
musculoso.
Su padre era el dios del Paraná
y del Salado
y de todos los ríos aledaños.
Parece que mi hermano había heredado
sus ojos.
Los genes saltan generaciones enteras
y el amor
también
tiene sus saltos.
Emma
3
Siempre supe que el té
es una gran cosa.
Mi mamá toma té tornasolado
y mi abuela Antonieta, muy severa,
tomaba té para el frío y el calor.
Yo lo preparo tibio, con azúcar
muy ligero, para mi sobrina.
Tomamos juntas
mientras nos miramos.
Le explico que mi té es amargo y fuerte.
Ayer supe que dice la leyenda
que el té nace de los párpados de Buda
enfurecido por su debilidad.
En casa lo tomamos las mujeres
y somos todas fuertes como robles.
También supe que el té es una camelia.
Se lo voy a contar a mi sobrina:
quiero que sepa que tomamos flores.
Mi mamá toma té tornasolado
y mi abuela Antonieta, muy severa,
tomaba té para el frío y el calor.
Yo lo preparo tibio, con azúcar
muy ligero, para mi sobrina.
Tomamos juntas
mientras nos miramos.
Le explico que mi té es amargo y fuerte.
Ayer supe que dice la leyenda
que el té nace de los párpados de Buda
enfurecido por su debilidad.
En casa lo tomamos las mujeres
y somos todas fuertes como robles.
También supe que el té es una camelia.
Se lo voy a contar a mi sobrina:
quiero que sepa que tomamos flores.
Ya ninguno de los
cuatro recordamos
5
Hermana jabalí:
la inesperada.
El bebé más amado.
A vos también
hubiera querido
eliminarte.
Vos también
me destronaste,
pero eras tan bonita.
Y me necesitabas.
El fuego crepitaba
alrededor
de tu cuna
que olía siempre
a rosas.
Hermana jabalí,
vos eras rosa.
Envuelta en tu mantita
te llevé a ver
la noche
con el hermano tigre
y el hermano
dragón.
Te hamacamos
debajo de los sauces.
No pudimos
impedir
que el dolor
se revelara.
Hermana jabalí:
la inesperada.
El bebé más amado.
A vos también
hubiera querido
eliminarte.
Vos también
me destronaste,
pero eras tan bonita.
Y me necesitabas.
El fuego crepitaba
alrededor
de tu cuna
que olía siempre
a rosas.
Hermana jabalí,
vos eras rosa.
Envuelta en tu mantita
te llevé a ver
la noche
con el hermano tigre
y el hermano
dragón.
Te hamacamos
debajo de los sauces.
No pudimos
impedir
que el dolor
se revelara.
Carina Sedevich nació en 1972 en la ciudad Santa Fe y reside
en Villa María, Córdoba. Ha publicado en 1998 la plaqueta “Una nube decapitada
y grave” (Editorial Radamanto, Villa María) y el libro “La violencia de los
nombres” (Ediciones Fe de Ratas, Santa Fe). En 2000 publicó los libros
“Nosotros No” y “Cosas dentro de otra cosa” (Ediciones Lítote, Santa Fe), y en
2012 el libro "Como segando un cariño oscuro" (Llanto de Mudo
Ediciones, Córdoba). Parte de su obra ha sido incluida en diversas antologías y
blogs de poesía. Actualmente se desempeña como docente universitaria, entre
otros trabajos.
Ilustración: Marianela Torrez
Sólo las cosas pequeñas - Leli Busquet
Quisiera compartir a
Carina Sedevich tal como se me presentó al leerla; mostrada.
Es cierto, nunca
mostramos algo demasiado grande. El vestido de lo pequeño se levanta y vemos lo
que sin comprender, aparece y se oculta. Pienso en una mujer pequeña, con ojo
pequeño, mirar sin embargo la enormidad y juzgarla.
Miro
siempre la misma /columna de estrellas en el sur. / Pienso/ que si algo hubiera
cambiado lo sabría.
¿Qué es un juicio en la
poesía? ¿Por qué pedimos que el poeta juzgue? ¿Cuándo fue tan libre el juicio
como lo es en el poema?
El poeta y acá hablo de
Carina, se anima a cancelar un espacio de realidad por un foco preciso y
apartado, estrecho, vale decir ínfimo, donde el juicio, esa capacidad de
afirmar cómo son las cosas, crece a cuenta de no guiarse por el mundo que lo
rige.
Quiero decir, Carina al
escribir amplía el mundo que no era. Espacio que hasta el momento no tenía palabras,
como dijera, no tenía ojos. No hablo de la opinión. Hablo de lo que alguien
crea cuando dice. Decir es el trabajo del poeta. Trabajar es crear testigos que
no estaban. Así es como leemos las palabras
de Carina y nos volvemos inmediatamente sus testigos.
Hermana
jabalí: /la inesperada.
Te hamacamos / debajo de los sauces.
No pudimos /impedir / que el dolor /se revelara.
Te hamacamos / debajo de los sauces.
No pudimos /impedir / que el dolor /se revelara.
Solo las cosas pequeñas llevan ojos que las miran.
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