De Camping (Vox, 2010)
III.
Por las noches
no tenemos pesadillas ni frío ni temor de
volvernos viejos
en los treinta segundos que dura la luz de la
linterna.
IV.
De cara a las estrellas
los campamentistas piensan que son féretros
bien abrigados
y oyen
un grito
la nueva moda de ataúdes de pluma y poliéster
coronados de gloria al caer en vida
- hileras - hileras - hileras – hileras –
de campamentistas
dormidos en iglúes de colores brillantes
de cuerpos
achicados por la distancia
de piel, carne y huesos
en bolsas negras
de aire espeso entre las piedras.
Somos
restos
de
nada
cuando fumamos para dividir
las aguas
las montañas
y los cielos
en mil partes iguales.
V.
A la izquierda, la lluvia.
A la derecha, el sol
:
Todo ocurre al mismo tiempo
golondrinas sureñas amagan en un roce acuático
el cuento de sus fracasos mientras yo pienso
en un poema que sea
una lista de recetas para cocinar con leña.
VI.
Suena el desconcierto.
Los campamentistas más prolijos lavan sus
autos
dentro del lago
abren la ventanilla para que los peces los
asalten
como sonámbulos
la frente en alto y escopeta en mano.
Los campamentistas menos arriesgados
permanecen quietos
en sus trincheras de arroz blanco
esperan que no los tape la niebla
de los sueños
que no los tape
inmaculada la visión
de lo que se mueve por tierra.
Más acá
cerca mío
hay más de lo mismo.
Espesas formas del verano
alejándose.
Verónica Pérez
Arango nació en Buenos Aires el 10
de mayo de 1976. Publicó la plaqueta la
desdentada (Arte de Tapa, Casa de la Poesía, 2002) y Camping (Vox, 2010), y participó de antología de poesía argentina y
dominicana Quedar en lo cantado (El
fin de la noche, 2009). Obtuvo dos menciones en la convocatoria Poeta
Revelación 2011 organizada por Plebella.
Participó de distintos montajes como dramaturga, actividad que desarrolla junto
a diferentes colectivos artísticos.
Actualmente, colabora en la revista No-Retornable. Dicta clases y
talleres de literatura.
Me
acuerdo del pasto, mi prima y el olor a lluvia -
Ezequiel Nacusse
Será porque solamente fui dos veces
en mi vida a acampar que me gustan tanto los poemas de Camping de Verónica Pérez
Arango. La primera vez fue a los cuatro o cinco años: mis viejos, mis hermanos,
mis primos, mis tíos y yo nos quedamos en Bungalows para cuatro personas
mientras pasaba la tormenta, para así poder armar nuestras carpas. Tengo una
imagen de mi primo corriendo bajo la lluvia desde un auto al otro y después a
la recepción del camping, de mi vieja mirando el agua caer por la ventanilla
del auto prestado (mi vieja imaginaba, creo, algún día tener mucha plata y
nunca más volver acampar, y se mordía el labio inferior), de entrar a la carpa
al día siguiente. Una carpa enorme de dos cuerpos en los que cabían por los
menos diez personas, y mi prima y yo también. Me acuerdo del pasto corredor
entre las dos habitaciones de la carpa, de mi prima un poquito más baja que yo
(fue quizás la única época en que ella midió unos centímetros menos en relación
a mí) y de la lluvia, del olor a lluvia y los sapos saltando entre los asadores.
Ella tenía tres años, yo cinco, todo lo demás, miles.
La segunda vez fue poco tiempo atrás,
a los 20, con mi viejo. Un hermoso viaje en auto a través de la costa
patagónica. La primera noche paramos en Piedrabuena, Santa Cruz, un pequeñísimo
pueblo que queda a cuatro cuadras de la ruta nacional nº3. Sólo esa noche
acampamos, asolados como estábamos por viajar improvisadamente. Después de un
trabajoso descanso, decidimos no volver a hacerlo el resto del viaje aunque
aquello había sido ideado durante algún tiempo. A la mañana siguiente pusimos
la carpa en el baúl, le dimos play a Horacio Guarani y partimos hacia Puerto
Santa Cruz, de cuyo nombre y de cuya gris pero feliz ciudad el folclorista se
hace eco para componer la canción que escuchábamos en silencio, mientras yo
aprendía a manejar.
El resto de mis viajes pretendí
siempre hacerlos del mejor, lo que yo creía el mejor, modo posible, que es como
decir asegurándome siempre una cama con sábanas limpias y una ducha caliente.
No creo que hayan sido malos viajes, pero nunca me percibí como un hombre en un
féretro verde brillante: la comprensión que genera el verso “- hileras -
hileras - hileras – hileras –“me hace sentir insignificante a la manera
cinematográfica (el camping visto desde un helicóptero); y más todavía, estoy
esperando el “poema/ que es una lista de recetas para cocinar con leña”; y
podría seguir: el humo dividiendo el paisaje (no me interesa hacerlo yo) es una
imagen sublime.
Tengo que darle las gracias a Verónica, porque ahora quiero elegir entre
arroz blanco y lavar el auto en el lago. Quiero elegir, y que un pez
desprevenido salte al centro de mis ojos y me atrape (él a mí) como humo en el
aire.
Ezequiel Nacusse
Gracias a vos, Ezequiel, por traer a la memoria estos viajes tuyos alrededor del paisAje. Un abrazo. Veronica.
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