Por Irene Gruss
Francamente, no me
acuerdo de cuándo ni cómo conocí a Javier Adúriz. Posiblemente haya sido en
alguna lectura de esas en la que nadie registra a nadie, y en medio de esa
rutina una escucha un diálogo en el que alguien dice lo que piensa, lo que está
sintiendo. O quizás haya sido, y es lo más probable, de visita a don Carlos
Pereiro. Esto es seguro: una tarde, no sé si el mismo Pereiro o si fue Aulicino
quien me cuenta refiriéndose a Javier: "Este tipo..., no sabés lo que es,
¿sabés lo que hizo?; le gustó el libro de un santafesino; se manda solito a la
editorial y dice que él quiere pagar la publicación de lo que resultó ser Por encima de los techos, de Roberto
Malatesta". Siempre pálido, casi abrumado por doscientas mil horas de
trabajo como docente y coordinador de talleres, padre de cuatro hijos, se
aparecía con el pelo revuelto del que viene de vaya a saber qué borrasca, una
bufanda infaltable, ya pringosa, lo que acentuaba esa facha de tipo pobre que
debe cuidarse porque si no… Y sobre todo, solemne, en el buen sentido de esta
palabra, como solemnes fueron Sócrates, Pascal, san Juan de la Cruz. Y además,
romántico, enamorado a la enésima potencia de su familia, de su esposa. Y
también, serio.
Pero cuando una va a sus
libros, en lugar de gravedad (que podría ser pomposa), lo que se encuentra es
esa gloriosa desacralización, ya sea de “lo académico”, “lo culturoso”, que
perturba y da piel de gallina porque no pretende provocar, no precisa del burdo
sarcasmo o de la protesta. Esa seguridad que tenía Javier en decir su dolor y/o
su visión del mundo rompiendo cualquier estereotipo, riéndose a carcajada
limpia de “lo poético”. Y sin embargo, y sin embargo, su gran amor por la
estética, ese respeto que defenestraba toda palabra vana.
En una pobre reseña que
hice sobre Esto es así (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2009), escribí: “(…) Javier Adúriz evoca y gesticula,
reniega de la parodia _en todo caso,
parodia a la parodia aunque, por qué no, ¿no habrá en ello un quitarse el
sombrero ante nuestro recién ido Leónidas Lamborghini?_ como de la melancolía,
ríe sin culpa y digiere, si es ésta la palabra, o por lo menos toca, acaricia
una herida no resuelta, el país irresuelto, la escritura que no resuelve nada.
Este libro funda una poesía que responde a la burla del destino: esto es así;
¿quién lo dice?; ¿y a mí me lo decís? ‘Nada es así’, asegura el autor, salvo
cuando ‘la percepción encuentra su asunto más complejo: el tejido efímero de lo
que llamamos verdad’”.
“De
improviso el clima en el club se enrarece. Los jóvenes ingresan de a miles por
las ventanas, pero el sector vitalicio resiste atornillado a las sillas. Que se
sepa, la discusión es grotesca. Se declara abierta la sesión, proclama uno con
cara de administrador de algo. Todos aplauden y se odian. Anote, escribano,
digo. No anoto nada, recalca un anciano escupiendo con furia las palabras.
Bien, entonces escriba. Dos puntos: Echeverría, Mansilla y Hernández.
Sarmiento, Cap y Sivo. Corbatta, Pizzuti, Pereiro, Giannuzzi y Belén. Desde las
tinieblas alguien irrumpe moviendo la mano: Aguante el posclásico, viejita.
Pero el momento termina con el redoblante volando hacia la cara de todos.
Este
paisaje
Tiene
algo irreal
Todo está
vivo.”
Ilustración: Raquel Cané
El punto quizás sea dirimir la naturaleza de lo poético. Por eso ingreso sin querer en el gabinete del “hombre de dos cabezas”. Caramba, me digo, y me hallo notoriamente inquieto. El hombre tiene justamente dos cabezas, como dos balones y no es chiste, aparte de que dialogan bastante raro entre sí. El sujeto profesa un narcisismo insoportable. Ahí es cuando me pierdo, en el instante en que ambas caras se entregan a discutir consigo mismas la valía del Preste Juan. Fetén, fetén, exclamo, y me retiro – como decían los viejos – en los pies de un trote.
Quietud. Los autos
No dejan de pasar
Por la avenida
De Esto es así (2009)
¿HICIMOS BIEN?
¿Entonces por fin el centro de lo oscuro, Víctor?
Pico y pala… ¿pico y pala para llegar a esto?
¿al furor de los sueños, el muro de granito?
No fue uno, sabelo, fueron muchos los años
de bruto boqueteo, y ¿esto era? decime ¿así
la forma de la bestia? ¿lo negro de las horas?
No, si nada es lo que parece, lo sabemos.
Porque lo hicimos muy por otra cosa ¿no?…
¿Pero qué oís ahora con ese estetoscopio?
Hablame, por favor, ¿hicimos bien en empeñar
la vida, los departamentos?… Por dios, ¿hay algo?
Aflojá, hermano, ¿por qué llorás con esa cara?
Una señora
La señora lava la ropa de la casa, la cuelga.
La señora atiende el hambre de su cría.
Con paso hábil y ademanes precisos
hace lo suyo: esa labor absoluta
de dación oscuramente intensa.
Después, como si fuera un mago,
muestra un habla sutil y delicada,
los vericuetos de un pensamiento
seco, compenetrado con la vida.
Y qué decir de su historia, su dura
y llamativa historia. Nitidez, simpleza
en un punto trabajada en el zen.
Cuánta luz, ella sola en el cuadro.
Ahora piensa: si volviera a nacer,
de verdad, de verdad, que no sé
lo que haría.
Piercing
1.
Hijo, qué sorpresa me das
con ese sólido arito colgándote del iris.
Pasear un cuerpo atado a las pulsiones
es inquietante sí, por lo que sabe
a revuelta generacional...
Lo nuestro fue más ensoñado siempre.
¡De verdad!, no creo que hayamos sido
unos ilusos mejores o peores. Que yo sepa
el sol salía igual que para ustedes
mientras el mar batía los acantilados.
Fuimos masacrados nada más.
Quiero ser directo, disculpame.
La diferencia radica tal vez en los matices.
Como ayer, la historia hierve como ácido.
No te rías. Por qué buscar solución
en la materia, si la cuestión del espíritu urge.
Pero es cierto, no tenemos casi derecho a importunar:
la ley del fracaso no levanta la voz.
Aun así, guarda un vago consuelo
sostener pensamiento sobre casi todo.
Opinar fue la forma de ser libres. Sí,
más mentira para más verdad...
No me pegues. Nadie te quita la palabra
aun cuando sea tan gestual lo tuyo.
Y no sabés, querido, cuánto reconforta
que hayas resuelto confiarme el sueño.
..........Aplicarte un ancla en el escroto
no suena nada mal, habida cuenta
que parece otro gesto sobre el aquí y ahora,
esta turra injusticia que nos ahoga a todos,
eso tanto más viejo que nosotros,
que vos y yo.
2.
Viejo, siempre en estado de pancarta.
No entendés nada. (Tampoco hay tanto
que entender, poner el cuerpo nada más.)
Me hablás de espíritu. De qué espíritu
hablás. ¿No ves que eso de ser libre
brilla sólo en tu baldosa? ¿No ves
la radiación por todas partes?
Vivís entre abstracciones. No quiero ir
a tus libros ni al pasado. Entre otras cosas
porque ahí estás vos y tu ficción
de perdedores. No quiero terminar
llorando y ¿sabés?,
me voy a perforar el cuerpo y pintar
la carne hasta que se me dé la gana.
.......................Digo,
¿por qué no fumamos uno de los buenos
y la seguimos disueltos en el humo?
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