QUISIERA HABLARTE AHORA DE LA LLUVIA DE LOS DÍAS ANTERIORES
de cómo el árbol de jazmines resistió el peso de las gotas
una por una, sin chistar
aunque no se inunde como antes y el terror por el agua
no tenga ya, razón de ser
quisiera explicarte que no debés tener tanto miedo,
nunca más el río ha de llevarse tus juguetes ni los míos
vendrán muchos pájaros a cantar en tu ventana
y los dos nos quedaremos allí, oyéndolos.
HEMOS DE SER COMO LOS CAMALOTES
que zumban, dejando una estela
de bichos en la superficie
y van amontonándose, todos contra todos bajo el puente,
después del río, donde empiezan los arroyos
después de trasnochar
sin una sola estrella y perros que se aúllan
vaya uno a saber bien por qué
¿ se contarán la lluvia que viene llegando grande?
¿ sabrán del otoño, de la brisa amarillenta que se lleva
a todos los malos sueños?
UNA NOCHE COMO ÉSTA DEBE SER EL PARAÍSO:
a lo lejos resplandecen las lagunas y se pueden adivinar
las siluetas de algunos animales correteando en el pasto
largo
frío de la llanura - jóvenes antílopes descubriendo
el encanto de bailar entre la sombra-
como si fueran conscientes de la necesidad
de entretenernos, mantenernos asombrados
en un momento, apenas eso,
invariablemente
único –como cuando prendidos de la mano, vos y yo
volvíamos de la feria, esquivando baldosas rotas, un día
sábado a la mañana-
parecido a la sensación de los primeros rayos de sol
sobre la piel de un niño que aún no sabe si sueña, o si es
cierto
que el mundo, a veces, se llena de luz.
LE PREGUNTO AL SEÑOR DE LA NOCHE, CUÁL NOCHE DE TODAS ES
ÉSTA
y no hay respuestas en la tierra ni en el cielo
solo huecos de estrellas, memorias de una luz
pequeñita y muy remota, parecida a esas velas
que se prenden con la idea de animar
la charla entre los muertos, y al cabo de un rato
no son más que el olor imborrable de alguien
que así como llegó (a campo traviesa por la madrugada,
en el más absoluto silencio)
se fue a esconder entre los cardos
llevándose, para sí, a todas las mariposas de este mundo.
ACASO TODO ESTO SOLO SEA
la deriva de alguien
que, finalmente vencido por el sueño
cae por casualidad en la parte más honda del río
y se deja arrastrar corriente abajo, abriéndose paso
por lugares donde siempre es de noche
sin poder imaginar lo cerca que está
de aquello que nunca pudo nombrar
confundido por el ritmo de su propia respiración
y el sonido de cipreses que se juntan
en la orilla para ver a los que viajan, a veces nadando
y otras veces arrollados por el vértigo del agua
desde una vigilia incierta, hasta un dormir sin tiempo ni
lugar
presuntamente placentero, una luz que al final se desvanece
una luz a punto de apagarse, y nada más.
LO QUE NADIE DICE ES QUE UNO PUEDE
si quiere, verla llegar
con solo prestar un poco de atención
y enseguida advertir el aleteo, la suspensión
del tiempo, detenido en frágiles segundos como una aguja de
hielo
que se mete entre la ropa y brilla
adherida a la piel, tensándola.
Nadie dice que uno puede, si quiere, presentirla
tal como se intuyen las crecidas
a causa del aire hinchado y las flores desprendidas
de todo el color que pueden contener,
hasta que un día se aprende
que uno puede mirarla a los ojos, casi tocar
sus músculos - tersos músculos de estatua, siempre joven-
sin poder hablar
apenas imaginar la nieve derretida formando charcos
en el campo, los huecos que esa nieve
va a dejar en la tierra seca del otoño
los yuyos, creciendo en racimos
solitarios a la buena del viento y a lo lejos
ceniza que viene, nubes enteras de polvo negro, inerte
cubriendo lo que queda de cielo, y mas allá.
YA NO HAY MÁS QUE ALGÚN
que otro barco abandonado en la orilla
y los dos lo sabemos: en cualquier momento va a sonar
la bocina de un tren cargado de troncos
que algunos hombres vestidos con camisas leñadoras
cortaron, en algún
bosque lejano
donde extraños animales que hemos visto solo en los libros
se acompañan bajo la nieve y el frío
sin saber, ni siquiera imaginar, que podrían quedarse
quietos
al abrigo de la tarde, para siempre.
HAY UN ECO QUE VUELVE DESDE EL AGUA Y REBOTA EN LAS PAREDES
como gorrión caído luchando por salir de la maceta
una centrífuga de frases dichas al pasar
que no siempre alcanzan la conversación
como si estuvieran ahí para armar por años
un rompecabezas y cada día un pieza nueva
llegara con el viento y la voz cambiada
casi un susurro, para perderse al fin
esfumarse, entre la niebla bajando
sobre pequeños botes que cruzan lo negro del río.
Martín Vázquez Grillé nació en Enero
de 1976 en Buenos Aires. Estudió Letras en la UBA y actualmente cursa la carrera de Historia,
también en la UBA.
Concurrió al taller de escritura poética coordinado por
Osvaldo Bossi y Walter Cassara. Trabaja como docente de inglés y de español
para extranjeros. En 1998 fue seleccionado para la Antología de Poetas del
Ciclo Buenos Aires No Duerme, publicada por Eudeba y en 1999 publicó Tundra
(poesía) en forma independiente. Tradujo a Mark Strand (The
Continuous Life, Alfred A.
Knopf, 1990), algunas de
esas traducciones pueden leerse en No Retornable Vol 7. En 2011 fue
seleccionado como Poeta Revelación en la 2da Convocatoria de la Revista Plebella.
En 2012 recibió una mención honorífica del Fondo Nacional de las Artes por la
serie de poemas Pequeños botes cruzando
lo negro del río.
(Ilustración: Juan Christensen, 1984)
Los restos de la luz, por Juan Pablo Bonino
La unidad de
estos poemas maravillosos está en la pálida y brillosa textura que emana del
pequeño universo que los sostiene. La luz, la sombra, los juncos, la noche, un
botecito, árboles, el viento y la voz. Con este puñado de elementos se abre
hacia otro universo que nunca es del todo visible, sino que oscila como un niño
que teme y curiosea, se acerca y se aleja de esas imágenes para que surjan
otras más coloquiales pero con la intensidad de lo imaginario: son imágenes de
lo perdido, de aquello que puede regresar como un eco imposible de retener,
pero donde no está exento el placer narrativo de capturar con el ojo, todo lo
que la corriente -del agua, del tiempo, de la nostalgia- inexorablemente se
lleva.
No sé qué es la
literatura pero me acuerdo de esa noche, creo que era noviembre o diciembre del
año pasado cuando estaba en una lectura, sentado al fondo y desconcentrándome
en el bullicio impaciente de la sala y escuché a Martín leer sus poemas por
primera vez. Admiré su seriedad reconcentrada, su voz palpando los versos como
si los acariciara y la prolijidad humilde de su tono que no se hacía cargo de
lo que decía, sino que parecía como si su voz fuera apenas un instrumento de
aquello que los poemas tenían para decir a lo largo de la noche. Después empecé
a decirles a mis amigos que tenían que leer estos poemas y supe que pertenecían
a un libro inédito. Meses después me alegré al enterarme que había obtenido una
mención en el premio nacional de poesía del Fondo Nacional de las Artes.
Después no supe más nada. Y en ese mutismo me mantuve hasta que me dijeron que
tenía que escribir sobre estos poemas. Volví a leerlos y a encontrar en ellos
algo de lo que recordaba: la nitidez de una voz que hace del ritmo y el espacio
del río un lugar mítico, imponiendo sobre cada objeto que describe, una demora
y un desplazamiento, cuyo eco los envuelve de una magia y una verdad muy
personal.
Algunos poemas
construyen lentamente una imagen, tensando los matices de color de cada
escenario y describiendo no hasta el más mínimo detalle, sino sobre todo, solamente,
el más mínimo detalle. Esa imagen de un momento a otro se vuelve extraña,
agarra al lector desprevenido y le zampa otra imagen que irrumpe para dejar
atrás la primera, pero cuya potencia reside, justamente, en esa materia
acumulada desde el inicio. Así, como en la música, las notas que emana un
instrumento dialogan con el sonido de otro, en estos poemas una imagen anuncia
la próxima, pero como en el río, hay un movimiento de vaivén, de ocultar y
descubrir, en donde brillan la inminencia y fragmentos de verdades
íntimas. Así en un poema dice:
“JUSTO
EN MEDIO DEL RÍO
exactamente
entre una orilla y la otra
en
ese preciso lugar, chirriante de burbujas
plateado
de peces que tomados por sorpresa
flotan
sin sentido en la superficie
hasta
quién sabe dónde, en medio de un agua lenta
sin
remolinos ni alertas de crecida inminente
se
observan las casas pasar, a un lado y al otro
paredes
familiares que habrán de cambiar
con
el tiempo, como todo, como los cuerpos de los chicos
o
la intensidad de las luces en los puentes
y
este pequeño pedazo tuyo, que hay en mí, que al fin morirá”
Hay en este
poema un yo poético asimilable a algo que podría llamarse, casi como si fuera
una paradoja, una impersonalidad caprichosa. Yo diría que, en primer término,
hay una dimensión de la mirada alejándose de sí misma, que en los primeros
versos se posa en el paisaje nocturno y desapacible, para después ir
volviéndose más personal cuando se refiere a las casas y sobre todo a las
paredes familiares, que son el punto a partir del cual esa escena menor se
torna metafísica, ya que:
“...se
observan las casas pasar, a un lado y al otro
paredes
familiares habrán de cambiar
con
el tiempo, como todo...”
El tiempo está
en el centro de estos poemas -aquello que se va y aquello que permanece-, pero
lo interesante es que la objetividad en que reposa el poema se va volviendo
hacia un paisaje de mayor intimidad, donde el tiempo está espacializado no ya
en el agua del río, sino en ese cuerpo de la voz que habla y forja una
sentencia de índole personal sobre la herida de un amor, al decir:
“...y
este pequeño pedazo tuyo, que hay en mí, que al fin morirá”.
Estos versos
certeros y arteriales que cierran el poema no son más que una resonancia de
aquellos que se refieren a:
“...peces
que tomados por sorpresa
flotan sin sentido en la superficie
hasta
quién sabe dónde...”
Así como esos
peces, esa isla maravillosa que puede ser una persona soñando el amor en las
entrañas de otra, finalmente desemboca en una decisión que pone punto final a
una deriva que podría extenderse más de lo deseado, y pudrir hasta volver
enfermos, esos sitios que alguna vez estuvieron purificados por la luz. En el
río que atraviesa estos poemas se representan fragmentos de la memoria de un
personaje que contempla el paisaje y se observa a sí mismo como si fuera otro,
como si el paso del tiempo fuera ese río que arrasa y atesora instantes
perdidos en el fondo del agua. De esos restos que vuelven son materia estos
poemas, como si el poeta fuera un buzo que se sumerge en lo más hondo del río
para preguntarse qué hay allí, o quizá solamente para decir cuáles son los ecos
de aquello que no se puede descifrar. Puntualmente hay un poema que tematiza
este descenso:
“ACASO
TODO ESTO SOLO SEA
la
deriva de alguien que, finalmente vencido por el sueño
cae
por casualidad en la parte más honda del río
y
se deja arrastrar corriente abajo, abriéndose paso
por
lugares donde siempre es de noche
sin
poder imaginar lo cerca que está
de
aquello que nunca pudo nombrar
confundido
por el ritmo de su propia respiración
y
el sonido de cipreses que se juntan
en
la orilla para ver a los que viajan, a veces nadando
y
otras veces arrollados por el vértigo del agua
desde
una vigilia incierta, hasta un dormir sin tiempo ni lugar
presuntamente
placentero, una luz que al final se desvanece
una
luz a punto de apargarse, y nada más”
Como si fuera
un sueño, los lugares que el yo lírico describe son un punteo de sensaciones
veladas que permanecen del otro lado, en la otra orilla de un espacio que es
imposible cruzar. Hay un punto en que las palabras pierden su referencia y
comienzan a deslizarse imperceptiblemente y con potencia hacia otro
significado, como si mudaran de piel pero sin perder jamás su aspecto primero.
En este poema hay un momento donde se forma ese puente, cuando el narrador se
distancia y detiene el tiempo de la acción narrativa para interpretar qué está
sucediendo mientras ese personaje cae:
“...sin
poder imaginar lo cerca que está
de
aquello que nunca pudo nombrar”
Con estas
pequeñas ligaduras secretas, el lector puede pasar de una historia concreta a
otra más sinuosa y de menor claridad, sin embargo es aquí donde aparece ese
río, otra vez más, convertido en un espacio donde se depositan imágenes
próximas a lo inefable. El barro fangoso del fondo del río es desconocido, pero
el viaje hasta allí de pronto vuelve a cambiar de rumbo, ya que en el punto
cuando ya no habría más nada qué decir de esa oscuridad absoluta, el poema se
reinventa a través de la personificación de esos:
“...cipreses
que se juntan
en
la orilla para ver a los que viajan...”
Es maravilloso
este contrapunto de miradas porque cuando ya quien está descendiendo ha llegado
a un punto ciego, la narración cambia su punto de vista para que aquello
indecible se vuelva nítido, pero en esa claridad no hay una explicación de ese
viaje, sino que hasta el final del poema se mantiene oculto el misterio de ese
trayecto que culmina así:
“...hasta
un dormir sin tiempo ni lugar
presuntamente
placentero, una luz que al final se desvanece
una
luz a punto de apagarse, y nada más”
Hay en ese
“nada más” una cualidad vinculada al resto de los poemas: la humildad. Esa luz
a punto de apagarse podría desplegarse hacia infinitos significados, pero elige
detenerse en ese instante que está fuera del tiempo y del espacio, un instante
epifánico que muestra y oculta con maestría, el secreto que esconde la luz.
Al hablar de la
luminosidad de estos poemas y de la luz que se menciona una y otra vez, no
puedo dejar de decir que ese brillo alude, sobre todo, a la sombra que se
desprende sobre aquello que no está iluminado, que se vuelve un terreno oscuro
escurrido al costado de la escena focalizada por los reflectores. De esa
tiniebla que bordea la luz silenciosamente y parece rodearla sin un sentido ni
un direccionamiento definido también están construidos estos poemas. En ese
claroscuro resplandece su belleza. De ese delicado equilibrio entre lo que
permiten ver las sombras y aquello que velan están hechos estos poemas. Y sobre
todo del paisaje volviéndose un estado de ánimo, un atisbo de un recuerdo, un
chispazo que irrumpe, para que después cuando la mirada del yo lírico vuelva a
posarse sobre el paisaje, éste haya cambiado completamente. Esta tensión entre
la forma de mirar el paisaje como una autobiografía instrospectiva está en el
centro de este poema:
“UNA
NOCHE COMO ÉSTA DEBE SER EL PARAÍSO:
a
lo lejos resplandecen las lagunas y se pueden adivinar
las
siluetas de algunos animales correteando en el pasto largo
frío
de la llanura -jóvenes antílopes descubriendo
el
encanto de bailar entre la sombra-
como
si fuera conscientes de la necesidad
de
entretenernos, mantenernos asombrados
en
un momento, apenas eso, invariablemente
único
-como cuando prendidos de la mano, vos y yo
volvíamos
de la feria, esquivando baldosas rotas, un día sábado a la mañana-
parecido
a la sensación de los primeros rayos de sol
sobre
la piel de un niño que aún no sabe si sueña, o si es cierto
que
el mundo, a veces, se llena de luz”
No se hace
referencia a cómo es esa noche, ni en los primeros versos parece notarse nada
extraordinario más allá del íntimo espectáculo que los antílopes parecen
brindar a quienes los miran. Sin embargo ya hay en esa imagen, en la idea de
que los animales pueden asombrar a alguien sin darse cuenta, una representación
anticipada del inminente recuerdo de las sensaciones que tuvieron los dos
amantes cuando volvían de la feria. Ellos desconocen que estaban atravesando un
momento memorable ese sábado a la mañana. El tesoro parecería estar en la
memoria y no en ese presente que se ha ido. Quizás podríamos pensar la noche
como el paraíso de la luz, como ese lugar desde el cual imaginar todo aquello
que resplandece a pesar del peso de los años. Por eso, la comparación de esa
mañana maravillosa es con la sensación desconcertante que un niño siente cuando
el sol lo acaricia por primera vez. Esa luz que atraviesa la piel del niño sin
que siquiera sea necesario que él sepa qué es el sol, es lo que devuelven estos
poemas. No hay aquí la inocencia del niño, sino el redescubrimiento de quien
puede volver a paladear cada recuerdo sin nostalgia, como si fuera la primera
vez.
Juan Pablo Bonino, Buenos Aires, 1984.
Gracias infinitas por acercanos a estos autores y regalarnos esas notas tan elaboradas. Gracias
ResponderEliminarGracias a vos GerBata, por tu comentario, y por ser parte del Malón
ResponderEliminarQué hermosos tus poemas Martín, lamento no haber podido estar en la lectura en que íbamos a encontrarnos. Tu poesía brilla. Abrazo. Claudia
ResponderEliminarQue alegría leerte compañero, redescubrir estos poemas!
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