Hurlingham queda a unos 30 minutos al oeste de Capital, yendo por autopista. Nadie sabe qué significa Hurlingham. Se sabe, sí, que la ciudad debe su nombre al club de polo, fundado por ingleses a fines del siglo XIX. En el nombre, subsiste la palabra hurling, que refiere a un juego parecido al hockey pero irlandés, y mucho más violento. Acaso parte de ese fervor todavía persista, en esta extraña convivencia entre casonas de estilo inglés, camiones de tracción pesada, arboledas, ferreterías y clase media que propone el paisaje. En la estación, nos recibe Carlos Battilana. Vamos a su casa.
Mientras dure la charla, va a haber albañiles trabajando, va
a llegar el sodero, la luz para las fotos nunca va a ser la indicada. Es, nadie
puede dudarlo, una entrevista en el conurbano. La casa tiene, atrás, un patio
pequeño y un jardín. El jardín ocupa un rol importante en esta historia. Entre
otras cuestiones, es la escenografía metafórica sobre la que se posa Velocidad
crucero, su próximo libro.
–Hablás mucho de este jardín en tus últimos poemas, un jardín del conurbano, en donde parece respirarse cierta densidad, incluso cierta violencia.
–Justamente, porque se trata de un jardín no exitoso. No es un jardín que haya sido trabajado desde la retórica de lo vital, aunque para mí, sea absolutamente vital en su falta de éxito. No me gusta demasiado la retórica vitalista. La poesía puede meterse por otros intersticios, que también son vitales. No es necesario celebrar la vida a lo Whitman. Este jardín me gusta, acontecen muchas cosas allí, la presencia de los pájaros, que llegan a la mañana, las hormigas. Cuando llegamos, esta casa estaba destruida. Lo que me vinculaba con la vida en ese momento, era este jardín. Y al mismo tiempo, como te decía, es un jardín escasamente exitoso: yo plantaba plantas, y se morían. En otro momento, las napas empezaron a emerger.
–Uno de los poemas de Velocidad crucero termina diciendo El cambio climático / ha afectado / la base de nuestra naturaleza. No pareciera tratarse de un cambio meramente ecológico. Quería preguntarte qué relación establecés entre poesía y política.
–Claro. La relación entre poesía y política se da en el orden de lo verbal. El carácter político de la poesía es de naturaleza linguística, porque trabaja contra una retórica del consenso y la cristalización que no deja, por eso mismo, de transmitir una experiencia de lo público. Uno puede hablar de una escena concretamente política, pero no necesariamente tiene que ser así. A veces, lo político aparece de manera oblicua. Por ejemplo, desde la enunciación: en los nuevos modos de enunciar hay una cuestión política, porque en realidad ese lenguaje nuevo está a contracorriente de un lenguaje viejo. Ese lenguaje nuevo es político, trabaja contra la vejez del lenguaje. Hay un libro de Juan Gelman, Salarios del impío. Yo veo ahí una especie de reciclaje del lenguaje hacia el futuro. Por el contrario, algunos poemas entre comillas políticos, que hablan de situaciones concretas, lo hacen de un modo tan anacrónico que se desmoronan. De todas formas, hay poemas panfletarios, explícitos, una variante del poema político, que me gustan. Recurren a la afectividad. El panfleto tuvo mala prensa mucho tiempo, y sin embargo no deja de ser un género interesante. Habría que analizar cómo funciona su retórica, por lo menos en sus mejores textos, cómo se conecta con la emoción del lector, sobre qué artificio verbal se apoya. Hay libros de carácter político impactantes. últimamente leí uno que salió por La Sofía Cartonera, Hombre de Cristina, de Cucurto, es un libro político en este sentido, irónico, inteligente, en muchos sentidos intersticial.
La primera vez que vi a Battilana, fue en la presentación de
un libro. A la salida, fuimos a comer en caravana. Terminamos en un Kentucky.
En el azar de las sillas, quedé casi enfrente suyo. Tenía el pelo negro, apenas
algunas canas, su figura era enorme. Sabía que era profesor en Puan. Fui
incapaz de dirigirle la palabra. Escuché que habló de sus hijos. Después, salió
el tema del fútbol, y de San Lorenzo.
–¿Cómo te hiciste hincha de San Lorenzo?
–Por mi viejo. La primera vez que fui al Gasómetro fue a los siete años, un San Lorenzo - Lanús. Uno a cero, gol de Fischer. Fuimos a la tribuna visitante, la local estaba llena. Obviamente, puteaban contra San Lorenzo. Mi viejo se calentaba. Yo le decía, “pero papá, son de Lanús”. Aunque yo creo que es así, a un hincha lo tiene que afectar su equipo. Si no te afecta en un plano físico, sos un espectador. En el hincha hay un compromiso con el cuerpo. Te afecta en los sentimientos.
–Me hiciste acordar a Materia, un libro en dónde la figura paterna aparece muchísimo.
–Sí. Empieza con un poema que se llama Filatelia, en dónde mi viejo colecciona estampillas, y después hay otro poema, que se llama Parrilla, que habla de él haciendo el asado. La figura de mi viejo, en ese libro, aparece fuertemente. Y el libro termina conmigo, siendo padre de mis hijos, y desmarcándome de la figura de mi padre. El libro estaba pensando de una forma distinta: yo quería recordar la infancia primera, cuando nací, en Paso de los Libres. Quería, a través de la poesía, excavar esa zona. La poesía obró, realmente, en la posibilidad de sentir esa experiencia de los ríos, de la frontera con Brasil, del portugués. Y en el momento en que empiezo a escribir, se muere mi viejo. Entonces empiezo a escribir sobre su muerte, está el poema Cómo despedirse de un padre. El libro lo invierto: la infancia en Corrientes, la muerte de mi padre, y finalmente yo siendo padre.
–Leía tus poemas, y veía dos pilares, dos obsesiones que parecían recorrer tu obra y darle una unidad. Una era el tiempo. La otra idea, era la respiración. Es algo de lo que hablás mucho.
–La respiración es un componente autobiográfico. Durante mucho tiempo, no ahora, me costaba respirar, muchísimo. Esa dificultad se trasladaba a la poesía. Hay un poema, que se llama Una historia oscura, que dice: no respiro, algo atasca, atormenta, este sitio separa. De algún modo, la experiencia de un atascamiento, aparecía también en la escritura. Yo sé que la palabra fluidez es una palabra, también, exitosa, que circula en la época. Yo tengo dificultades con esa palabra. Hay un sintagma que dice: Todo fluye. Dejá, que la vida se acomoda. No creo mucho en eso. Viene como mandato de la época. Yo hablo, por ejemplo, de este jardín, taponado por el agua. Ahí el agua no fluye. Eso es lo que yo puedo decir. Y en una demora, ahí no fluye un carajo.
–La otra idea, era la del tiempo.
–El tiempo en mi poesía está, claramente. Mis libros se llaman Unos días, La demora, Presente continuo, ahora este, Velocidad crucero. Me gustaba, antes sobretodo, el tiempo ineficaz. La demora, por ejemplo y aunque parezca raro, yo la asociaba con la época del menemismo. Porque en los noventas la eficacia era un bien para el sistema. Pensaba en una chica de un supermercado, atendiendo en la caja, y se demoraba. Eso no resultaba eficaz, la iban a echar. Esa temporalidad me interesaba. En una demora, el tiempo tampoco fluye.
Battilana nos muestra una carpeta. Con prolijidad, pasamos
revista a decenas de postales. Las imágenes se suceden: Bariloche, Tandil, 25
de mayo, Azul. En una postal puede verse una ciudad, a lo lejos, dominada por
una penumbra, como un algodón hecho de nubes y smog. Alrededor, un paisaje de
sierras. Debajo de la imagen, se lee: El Bolsón, dónde lo
mágico es natural. A la manera de los filatelistas, Battilana rescata lo
minúsculo, con cariño hacia lo imperfecto.
“Colecciono muchas cosas. Hay algo de fetichismo en la
colección. Por ejemplo esto, cada vez que voy a un lugar, trato de conseguir
algo que casi ya no existe, una postal. Con mi mujer, viajamos por los pueblos,
Chivilcoy, Saladillo, Tapalqué. No son turísticos. Y yo busco la postal. No son
estéticamente muy lindas. Pero son raras, en su pequeñez y en su extraña función. Es un lugar de resistencia, porque tampoco es
eficaz. Me gusta mucho coleccionar. Coleccioné la revista El amante,
me gusta el cine. Tengo también, muchos datos futbolísticos, organizados en el
altillo. Además, tengo una biblioteca. Soy bastante obsesivo. Pero en el fondo,
mi aspiración es disolver todo esto”
–Parecés bastante metódico ¿Cómo funciona, en tu caso, la
escritura? ¿Tenés algo así como un método?
–En realidad, escribo como un acto de voluntad. Hay poetas, como Padeletti, que creen en la inspiración. Lo respeto, es un gran poeta. Me gusta escribir, pero más aún el acto posterior a la escritura, en dónde empiezo a armar las piezas del poema, como si fuese un Meccano. Ese acto artesanal me encanta. Y pensar, construir los libros, esa cuestión del armado me interesa.
–Notaba ciertas influencias posibles. Te quería preguntar
por algunas. Por ejemplo, Montale, Ungaretti, Quasimodo.
–La poesía italiana me encanta. En la facultad leía esa poesía más hermética. Incluso, me gusta mucho Trakl. Pero después uno va cambiando. En un momento, conocí a Osvaldo Bossi, a Daniel Durand, a Fabián Casas, a José Villa. Pasé unos años en una revista, que se llamaba La Mineta. Mi presencia no era, creo, central, pero iba todos los sábados. Colaboraba con poemas. Fue un momento de aprendizaje y de placer. Y la poesía italiana que venía leyendo, se combinó con la poesía norteamericana que leía el grupo. Ahí estaba William Carlos Williams. También me gustó mucho Carver. Creo que Carver es un poeta que ha gravitado mucho en los noventas, más de lo que se cree. También me gustan poetas que no sé si han gravitado o no. Por ejemplo, Inchauspe, un poeta excelente. Otro, que no sé si me influyó, pero me encanta es Machado, que es una especie de anti-Trakl. Uno es oscuro, el otro es claro. Machado sabe usar las palabras en relación con los objetos, y con el tiempo. De la Argentina, me gustan Héctor Viel Temperley, Miguel Ángel Bustos, muchos otros. La poesía barroca de Sor Juana. Y aunque no tenga que ver con mi poesía, aprendí mucho del lujo de los poetas modernistas: Asunción Silva, Rubén Darío. Y luego, Vallejo.
–¿Qué te gusta, por ejemplo, de Vallejo?
–Mi idea es que Vallejo es el máximo poeta que dio Latinoamérica. No tanto Trilce, sino más bien Los heraldos negros. Un libro a medio camino, entre el modernismo y la vanguardia. Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé. Me encanta esa vacilación, ese yo no sé. Trilce es un gran libro, pero en donde hay una certidumbre acerca de un lenguaje nuevo. Pero Los heraldos negros es un choque, hay una tensión entre lenguajes. El modernismo, lujoso: los heraldos. Y por otra parte, la vanguardia, y la irrupción de la oralidad: yo no sé. El primer libro que publique, comienza con un epígrafe de Vallejo, que dice: Mi madre me ajusta el cuello del abrigo. No porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar. Y cada vez me gusta más la poesía clara, los poetas sencillos. Habría que releer a Baldomero. En este sentido, la poesía argentina contemporánea es excelente, tiene grandes poetas. Hay una poeta, que se llama Estela Figueroa, creo que es una de las mejores poetas argentinas. Su último libro se llama La forastera. Es de una precisión increíble.
–Cuando presentaste Casa de viento, de Osvaldo Bossi, comentabas que la poesía renovaba la vitalidad del lenguaje.
–Sí. La poesía de Osvaldo es amplia, tiene de todo. Fiel a una sombra, por ejemplo, es poesía literaria, intertextual. Creo que, progresivamente, fue alejándose de eso hacia un trabajo con los estereotipos. Me interesa ese trabajo, es algo que no está en mi poesía. El uso de los clichés, del habla cotidiana en poesía, es como un coágulo que desactiva al propio estereotipo. Ahí, se revitaliza el lenguaje. En Osvaldo, además, aparece la elegancia del amor, en situaciones no glamorosas, que se vuelven glamorosas. También pienso en el uso de los clichés en otro poeta muy bueno, que se llama Osvaldo Aguirre. Tiene varios libros, referidos al campo.
–Hablabas de Bossi, también mencionaste a Villa, a
Durand, a Casas. Te quería preguntar por tu experiencia junto con ellos, en la
revista La mineta.
–Llegué por Rodolfo Edwards. Los dos estudiábamos en la facultad, y Rodolfo me dijo que se reunían los sábados en un bar, que se llamaba Alabama. Durante el ´87, ´88, el ´89, nos reuníamos los sábados allí. Fue un lugar muy placentero, yo llevaba mis poemas. Los poetas que estaban allí, muchos de ellos fueron después grandes poetas.
–Antes, en la adolescencia, ibas a un taller de literatura en San Miguel.
–Eso fue durante el secundario, tenía quince años. Época de la dictadura. Mi vieja sabía que yo escribía. Empecé a escribir cuando llegué a Buenos Aires, a los siete años. No escribía poesía, sino novelas. De 48 páginas, como los cuadernos Gloria. No era un gran lector, pero veía muchas series de televisión. Entonces, escribía novelas como El zorro. Lo que yo veía en la tele, aparecía después en la novela. Soy de una generación para la que las series fueron muy importantes: El zorro, El santo, El agente de Cipol, Los vengadores. Un día, la maestra de tercer grado nos dijo que íbamos a hacer un libro. La idea del libro, como objeto, me encantó. Preparamos un libro durante un año, para el día de la madre. Pero yo no se lo regalé a mi vieja, porque sentía que era mío ese libro. Sin embargo, mi vieja, después, me comenta de la existencia de este taller en San Miguel. En esa época, no era algo habitual. La palabra taller y la palabra literatura, chocaban. Era un momento de bloqueo. Yo iba los jueves, me tomaba el 182, a las seis de la tarde, cuarenta minutos de viaje. Era toda gente trabajadora: maestras, obreros, empleados de banco, gente más grande. Para mí, eso era una alegría total, una respiración. Una especie de aire fresco, gente que se reúne, hablando de literatura. Puro placer. Ahí, por ejemplo, hablaban de Respiración Artificial, de Flores robadas en los jardines de Quilmes, y hablaban de algo de lo que no se hablaba en mi casa: de política. Contra el gobierno militar. Ahí descubrí la literatura latinoamericana. Leí Los cachorros, de Vargas Llosa. Leí a García Márquez. En ese momento fueron descubrimiento. Mi vieja nunca se caracterizó por ser muy acariciadora. Sin embargo, se percató de que eso podía ser importante para mí. En ese impulso hubo un acto de amor.
–Como si la literatura cumpliese una función amplia, no meramente estética.
–Sí. Últimamente me interesa la poesía útil. Antes la pensaba desde su carácter autónomo, tal vez a partir de ese histórico adagio que afirma que no sirve para nada. Ahora, me sirve para vincularme con experiencias fuertes, como por ejemplo la experiencia del dolor y la alegría. La poesía posee un cierto carácter curativo. Pienso en mis hijos, en el amor que siento por ellos. La poesía no se puede escribir sin amor. Eso no significa que uno hable del amor, necesariamente. Pero sin el impulso amoroso, no hay posibilidad. Habría que preguntarse cómo interviene el amor en la poesía, así como nos preguntamos cómo interviene la política en la poesía. Si a través de la representación amorosa, eso es un poema de amor. O si, en realidad, el acto de enunciar poéticamente es un acto amoroso. Yo creo en esto último. Y también es un acto pragmático, que nos permite conectarnos con las personas que uno quiere. Habría que precisar más esta cuestión, pero en este momento, creo en estos axiomas.
Caminamos un par de cuadras. Hablamos del prócer barrial, del mito de Luca
Prodan en Hurlingham. “Me acuerdo cuando murió Luca. Yo salía con una chica que
vivía por Ciudad Jardín, acá nomás. Estábamos en su casa, era diciembre,
finales de los ochentas. Ella me dice –Che, se murió Luca, y se tira a
la pileta. Me di cuenta en el momento: la relación tenía que terminar.”
Battilana hace una pausa, y dice: “No podíamos seguir. Para ella, era como si
nada hubiese pasado.”
–Dijiste alguna vez que escribir no necesariamente tenía que ver con el placer, que suponía un costo físico.
–Es así. Para mí, la escritura tiene un costo físico. De verdad creo en eso, sinceramente. Como ser hincha, te saca cuerpo. Y por eso lo placentero está en el acto posterior. Espero que la escritura suceda rápido, para poder después sentir el placer del armado de los versos, aún aunque no corrijas mucho el poema. La instancia del objeto. El poema como un objeto más en el mundo. Hay gente que tiene una relación dificultosa con los objetos, son como obstáculos para ellos. En mi caso, puedo tener una relación física con los objetos. Me gusta verlos, tocarlos. Mi poesía supone una relación con los objetos. También, me gusta lo que se desintegra. La materia, la naturaleza pensada como una instancia material, me fascina: ver cómo una hoja se va disolviendo.
Entrevista y notas: Patricio Foglia. Fotografías: Jorge Núñez.
Hola Patricio, no es la primer entrevista tuya que leo, leí la entrevista que le hiciste a Osvaldo Bossi y no dudo al afirmar que sos muy bueno para esto! Me gusta mucho el grado de intimidad que logras generar con el entrevistado y al mismo tiempo el nivel de profundidad y densidad que conseguís en las respuestas. Como si uno realmente lograra estar ahí. Te felicito realmente!
ResponderEliminarL.R
Interesantísimos aportes. El malón sigue creciendo...
ResponderEliminarme encantaron, entrevistado y entrevistador
ResponderEliminarMuchas gracias LR, GerBata, Carina, Hugo!
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