Flor López - Como los gitanos en un baile hambriento


poesia argentina



TIENDAS

Hace mucho tiempo que no tenemos más padre.
Miramos boca arriba unos banderines que cuelgan del techo del balcón.
al costado se ven por ejemplo: las estrellas.
Me cuenta la historia de unos gitanos
que viven como si nada y bailan.
Mientras habla yo escucho sus voces diciendo alaridos en muchas lenguas,
y unas panderetas atrás.
Sus pieles trigueñas se confunden con el desierto y bailan,
siempre bailan.
Buscan agua afuera,  lejísimos de las casas
sus caras parecen ásperas.
Los más chiquitos se manosean y se tapan el cuerpo con telas de por allá.
A veces, se separa de mi con palabras, con palabras que la llevan a lugares dónde con la distancia yo la puedo ver.
Ahí la puedo ver
Jugando,
también baila,
con el cuerpo que a veces le toco con la voz
baila
Los gitanos de su historia también están adentro
toco a los gitanos cuando toco su cuerpo
y bailamos.
con los banderines que van y vienen arriba.
boca arriba
boca con boca
bailamos
bailamos
nos desparramamos como los gitanos
en un baile hambriento




FABRICANTES
  
No es primavera, te juro que no es primavera.

Caminamos dando giros a una parte ínfima de la ciudad,
la humedad hace que nos pese todo.
Los parpados entre tanto a la mitad,
algunos momentos, somos tan grandes que vemos todo a la mitad.

Tantas veces
entramos y salimos alrededor de esa plaza
como si nada,
como si esas rejas rojas y espesas pudieran contener verdaderamente lo que se mueve dentro.
Cuerpos chiquititos, por ahora chiquititos.
Como hormigas, se revuelcan en la arena
se frotan en el suelo.
Cuando los de los bancos se dan vuelta los cuerpos chiquititos apuestan al mundo.

"Es solo una cuestión de segundos”, me dice ella.
Extraños segundos,
perdidos segundos.

Los colores se amontonan se hacen pirámides y los cuerpos chiquititos ocupan el espacio.
No se conforman con un juego,
ni con el dia ni con la noche,
no se conforman con nada.
Entienden,
que es una cuestión de segundos.
Que para ciertas mudanzas no debería haber rejas.




Algo de lo que puedo llegar a pensar cuando me dicen la palabra “Cracovia”

Pide coco.
Coco. Coco.
Aprieta el candado de la bici para que no se salga.
Para que nadie más que ella pueda decidir sobre la bici.
Lo aprieta, y se asegura de que esté firme.
Se pone firme, le pone el cuerpo al candado.
En frente, en dirección contraria, una plaza donde andan niños en un perímetro agrandado por el césped.
El candado de la bici se destiñe con el resplandor de otoño, con un clima rarísimo al que no hay ropa que valga.
Un candado que alguna vez fue rojo.
Ahora lo vemos desde una heladería barata, el minuto que permite la contemplación.

Mirar y el tiempo.
Mientras chupo la cucharita de plástico fijo la vista en el transparente en que se fue convirtiendo ese candado. Mi vista se disuelve, se nubla, también se vuelve en ese acto transparente.
Sus manos danzan e intervienen el helado,
un pobre potecito de un cuarto para dos.

Una idea sobrevuela siempre la cabeza. No importa cual. Siempre se deja atrapar.
Hablamos de terrenos y de policías, de mujeres y de represión. Hablamos de la salsa y de los flujos, de los flujos que venden y atraen.
Dibujo con la cuchara un letra en el helado, después me la como.
Me dice que en Polonia hay una mujer que se fue porque sí,
que ella no entiende porqué se fue a Polonia o porqué le pagaron por ir.
Rumbos.

Un matutino bastante “pedorro”, conciliamos y si.

Lo importante que está en otro lado,
ahora justamente coincide con que cuando me lo dice, “pedorro” esa palabra insignificante, cuando me lo dice, se acerca un poco,
su voz baja a mi vibración, a mi frecuencia.
La veo.
Intensa  mente.
Salimos en busca de aire.
Le pasamos al lado a toda la historia del candado transparente y elegimos un lugar.
El tiempo nos deja
un rato.
Jugamos a que salimos un feriado a comer helado en la plaza.
Jugamos y esta bien.




COSAS PARA SEMÉRIDES

Uno o dos inviernos atrás,
una casa artificial.
Quiero concentrarme en lo que dicen los libros que me prestaron
pero no.
la vida resulta más importante.

No podrán darse las manos con todos los que quisieron,
es un camino largo recorrer tantos lugares
como para no perderlos o dejarlos vagabundear en otros soles.

Uno o dos inviernos atrás pensábamos que nos íbamos a cagar de frío irremediablemente, pero mirá sirenita de los ojos marrones como sobrevivimos al tiempo.

No es fácil.
La decisión acertada, siempre es la misma.
Allá vamos y allá voy a pesar de esos inviernos.

Las películas escandinavas que siempre cito en mis poemas son apenas un reflejo. Lo vas a ver más claramente, pero esta vez con tus propios ojos.

Después de la cena nos dormitamos hundidos,
Nos despertamos y le gritamos a los vecinos que el devenir consiste en sumergirse en
una máquina de fluidos.
Es alocado pero ellos lo entienden,
asienten y lo persiguen.

Encaramos derecho y para el frente
mientras en las grandes metrópolis los autos pasan a una velocidad futurista que nos cuesta describir.
Futurista se transforma en una palabra para deformar. "Futurear", por qué no? ahora que sabemos podemos inventar lo que queramos.

Otra verdad que nos transita,
mientras los viejitos opulentos insisten en mirar hacia el Gran Cañón,
nosotros miramos la bombilla,
detenida y exageradamente.
La bombilla de metal tallada a mano algo gastada por el ardor del tiempo.
La bombilla que nos conecta de la vida a la boca.
A  través de un flujo más, nos lleva desde adentro hacia lo Otro.

Uno o dos inviernos atrás,
sirenita de las formas sutiles
no íbamos a imaginar cómo nos gustaría ahora el frío.



POEMAS DE ENTRECASA

I

Algunas imágenes como estas pueden reconstruirse fácilmente.
Desde el fondo de la casa,
el viento apenas que moviliza las hojas de los árboles.
Los árboles y arbusto que pueblen ese patio
que a veces en lo oscuro se siente repleto.
No nos miran,
todos los que habitan estas infinitas gramillas siguen su paso
estricto pero siempre lento.
Programadas como las hormigas
tejen en formas impensadas
las guardas que configuran un hogar.
Atrás de los ligustros se cuela la historia de los perros
muchos de ellos que pasaron
por las manos nuestras
y se fueron
a ser vagabundos de otras tramas.
No todo es imaginación ni relato,
algunas violencias a la tierra han permanecido sin poderse verbalizar tan pronto.

De nuevo, otra historia-shock
que nos devuelve un ahora,
es fantasía y todo lo que se construye alrededor de las fotos.

No mientas princesita de las muñecas,
vos sabes que a vos yo nunca te quise
nunca te elegí.

Te vistieron y te pusieron a decorar todo lo que tenía que ver conmigo
pero yo no te elegí,
sabes que no lo hubiera hecho nunca.

Hay redes que se destejen con el tiempo y la mirada
hay otras que permanecen oscurecidas por un par de historias
amenas
para contar a los demás.

Yo desde el poema no sueño con  ello ni con nada.
Soy de nuevo -cada día- un soplo,
un viento ágil del sur.




Flor López, 24 casi 25 años. Llegando al cuarto de algo siempre me ando buscando. Ando buscando como un pez atrás de un anzuelo que todavía no puede ver sólo intuir. Me quedé hace unos días pensando mucho en la historia del pez, sobre todo porque escribí un poema sobre ese pez que quería siempre ver las estrellas y lo regalé y quedó latiendo así como un recuerdo del poema y del pez, lo regalé sin copias,  ¿hay algo más fantástico que eso? Ahora sé que la historia del pez va a estar presente en todas las biografías o por lo menos en varias desde ahora en más. Lo que me acuerdo era que el pececito cuando se ponía triste apretaba fuerte los labios y se le notaba la forma de la boca, la cerraba, se metía para adentro. Pero cuando no, era tan zarpado que era capaz de “desperdiciar” –entre comillas claro- parte de su oxígeno natural para saltar a la superficie a ver las estrellas. Todo por un segundito de estrellas, un pececito loco.
Nací en Mercedes, San Luis, pero no sé exactamente de dónde soy. He estado en varios lugares, cuando digo estar quiero decir estar de cuerpo alma y espítiru, ahora vivo en Córdoba. Escribo a veces y vivo la mayor parte del tiempo. Escribo sobre lo que vivo o sobre cómo lo vivo. Lo mío es una poesía subjetiva que no tiene nada que ver con que sea subjetivista. No hay opinión personal, ni biografía, si un atravesamiento. Algo así como que pongo mi cuerpo al servicio del poema, sólo a veces claro y después pasa algo, que termina siempre en un punto y  a parte y en el comienzo de un nuevo título. Como la vida ¿no?  Durant decía “no hagas nada q no te sirva para escribir, si cogés que se para contarlo”, y bueno algo así.





poesia argentina
Ilustración: Cris Sobico




Apostar al mundo - Fernanda Maciorowski


Los poemas de Flor López transmiten frescura. Frescura pura de una poeta en búsqueda y en movimiento que propone su mirada sobre lo que vive: baile y corrientes de aire, banderas de palabras que se agitan

A través de sus textos entramos en un submundo propio: gitanos, fabricantes, plazas. La ciudad es la presencia constante en su poética, el escenario en dónde todos y cada uno de los personajes representan su papel cotidiano: mudanzas, vagabundos, perros, entrecasa.

Pero la ciudad imponente no lo es todo; Flor toma una lupa y en un punto del poema nos cuenta lo que ve: hormiguitas “los cuerpos chiquititos apuestan al mundo.”
Colocar el candado de la bici puede ser la acción que dispara el poema, deternerse en esa minúscula actividad es una forma de ponerle una ficha al mundo, a lo intrascendente, es un lugar en donde anida perfectamente el poema.
En esta poética también hay un gran espacio para la contemplación, casi como un “extrañamiento” muy magnético, por cierto. Dice: “el minuto que permite la contemplación”

Sentirse una sobreviviente, ser una, inventar el futuro, inventar lo que se quiere, poner el cuerpo al servicio del poema son formas de aventurarse al mundo como también lo es dibujar sobre el helado una escritura que dura unos minutos y se disuelve.

¿Qué es lo importante? ¿Qué es lo trancendente? ¿Qué importa más que el instante?

Flor Lopez apuesta al mundo y no se equivoca.


 Fernanda Maciorowski, junio 2013.


3 comentarios:

  1. Conocí a Flor López en un curso sobre escritura "femenina", hace ya unos pares de años. Ella leyó lo que escribía, el último día. Se los pedí. Y es muy grato volver a leerla. Gracias Malón Malón!

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